(EDITORIAL DEL Nº 9 DE "NI UN PASO ATRÁS", PUBLICACIÓN ANTIFASCISTA DE ZAMORA)
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La vida está llena de ejemplos. Para lo bueno y para lo malo. Pero no entendamos “lo bueno” y “lo malo” como un problema moralista, no. Entendámoslo como una cuestión de interés social, es decir, como algo ligado a unos intereses sociales, a una clase social. Y puesto que pertenecemos a la clase obrera observémoslo conforme a los intereses políticos y sociales de nuestra clase. Porque si nos confinamos a los estrechos márgenes de la hipocresía burguesa que impregna la moral dominante en todas sus formas (la religiosa, la filosófica, la militar…) acabaremos teniendo por “algo malo” la expresión política de la rabia del explotado y por “algo bueno” la defensa policial de las propiedades del banquero. Y esto es así porque la moral dominante es la moral de la clase dominante. El conjunto de actitudes frente a la realidad que la burguesía pretende pasar por “buenas”, por “correctas”, por “aceptables”… son aquellas que le permiten mantener su posición social. “Ser pacífico”, “ser tolerante”, “ser ecologista” o “ser un trabajador eficiente” son modelos a seguir que propaga la moral y la propaganda burguesa para que el obrero asalariado se mantenga firme y libremente en la cadena de producción, más preocupado por cumplir los mandamientos sociales que le vienen impuestos que por romper las cadenas, también impuestas, que le atan al patrón y al Estado.
En la articulación social de estas normas de comportamiento hay varias constantes, pero por escandalosa, la constante de la hipocresía que destacábamos arriba merece especial mención: El trabajador debe ser pacífico y alejarse de la tentación de usar la lucha armada porque el Estado burgués y de derecho es el único legitimado para ejercer la violencia democrática y eliminar a quienes estime oportuno. El trabajador debe ser tolerante y dejar hacer al patrón su reforma laboral y al Papa sus viajes por el mundo porque la burguesía tiene su propio aparato jurídico-policial para decidir que se tolera y que no, ilegalizando organizaciones políticas y expulsando del país a las razas que no merezcan nuestra tolerancia. El trabajador debe ser ecologista y preocuparse por no ensuciar el mundo porque para eso ya están los monopolios del petróleo o la siderurgia que con sus chimeneas humeantes apuntan desafiantes, pero dentro de la legalidad, al cielo y las estrellas. Y por supuesto, el trabajador debe ser productivo, tragar polvo y sudor en su puesto de trabajo, del que debería estar agradecido, porque para vivir sin producir, para ser perezosos y cínicos, ya están los burócratas de las administraciones, los mercenarios de la pasma, los liberados sindicales y la admirada clase empresarial.
Imágenes y palabras
Una imagen vale más que mil palabras. Y la ciencia se ha encargado de demostrarlo, utilizando factores probabilísticos y estadísticos que estudian la cantidad de información que contienen imágenes y palabras. Pero en los tiempos que vivimos esto no tiene mucha importancia. Imágenes y palabras pertenecen a los capitalistas. Las combinan a su gusto en su prensa, en su televisión, en sus webs, en su cine y en su publicidad comercial. En pequeñas dosis o en grandes bombardeos desinformativos. Forman parte de la superestructura social, es decir, que se asientan sobre la estructura de la sociedad basada en la división social del trabajo y la explotación del trabajo ajeno y sirven por ello para su mantenimiento. Son el vehículo de la moral burguesa. Y en ellas suben a sus modelos, a sus ciudadanos tipo, a sus ejemplos “buenos” y “malos” para llevarlos hasta nuestro cerebro que está tan atado como lo está nuestro trabajo.
Ficción y realidad, son utilizadas por los burgueses para hacer pasar a sus figurillas como hombres y para presentarnos a hombres de verdad como figurillas. He aquí una de sus figurillas: el patriota, el hombre de Estado encarnado por Adolfo Suárez. Presentado como bueno buenísimo, como demócrata de toda la vida, como hombre que con su buen hacer y la ayuda de otros cuatro héroes patrios (Fraga, Carrillo, el Rey, Sr. X y poco más) trajo esta maravillosa democracia a España. Un ejemplo del buen “hombre” que siempre actúa en consonancia con los intereses del país, que suelen ser los del capitalismo dominante. Una figurilla, un paniguado de la burguesía monopolista española que formó desde los años 50 parte del entramado fascista del Estado español y que se quitó la camisa azul cuando las ansias de poder económico de los capitalistas nacionales reclamaron transitar de la dictadura corporativa a la parlamentaria.
Cambian las tornas. Miguel Hernández, poeta revolucionario. Militante comunista, portavoz de los oprimidos que dedicó sus mejores versos a la lucha por la destrucción del capitalismo. ¿En qué lo han convertido de cara al público? En un inocente escritor y demócrata republicano, en un utópico luchador, en un precursor de la actual dictadura burguesa. Y con este hombre han hecho lo que con todos los hombres y mujeres antifascistas de los años 30. Amoldarlos a lo políticamente correcto de nuestros días para extirpar lo que en ellos había de hombres y de mujeres: su lucha revolucionaria, su vida militante contra el capital, su fuerza y su odio contra el fascismo brutal, que era la política burguesa de la época. Hombres y mujeres rebajados a la categoría de figurillas para que formen parte del bastardo teatro de la sociedad existente en donde el que vive, y vive porque lucha para ser libre, es tildado de terrorista o de loco soñador que “ya crecerá”.
Otro ejemplo de figurilla que intentan pasar por hombre: el elemento egoísta e individual hasta rayar la cobardía. El ejemplo de ciudadano medio que nos ofrecen los burgueses de Hollywood. ¡Quien no ha visto la película de El Pianista! Se nos presenta a un polaco, que existió en la realidad, que ve estallar la IIGM desde la tranquilidad de su hogar en Varsovia hasta que es encarcelado en el Guetto. Logra escapar con ayuda y siempre escondido oye desde su refugio la lucha sin tregua entre los nazis y la resistencia polaca y partisana. Hay un momento en que parece que, cansado de todo, el Pianista va a empuñar un arma, pero no. Prefiere salvar el pellejo mientras otros luchan para que el sea libre en un futuro. El Pianista existió hasta que falleció en 2000. Podrá argumentar algún escrupuloso defensor de los DDHH, podrido por la moral burguesa, que el pobre pianista tenía miedo, que sus condiciones concretas, que bla bla bla. Ante esta figurilla, un hombre: Missak Manouchian. Armenio. Emigró a Francia después de que el imperio Turco exterminase a un millón de los suyos siendo él un niño. Ya en el país galo vivió la invasión alemana de la II GM. Missak podía haberse escondido, ya había vivido un genocidio y estaba a miles de km de su hogar. Pero Missak no era una figurilla. Era un revolucionario, un proletario militante del Partido Comunista que participó en la guerrilla urbana de París. Fue fusilado en 1944 por el ejército nazi. A sus espaldas más de 100 bajas causadas al enemigo, la mayoría altos cargos y oficiales de la Wehrmacht. Y como Missak, millones de trabajadores de todo el mundo que no se escondieron de la muerte sino que salieron a su paso para demostrar que estaban vivos, al igual que lo están hoy los insurgentes que combaten a los terroristas de la OTAN en Beirut o Bagdad.
Para nosotros vivir y ser un hombre o una mujer requiere un acto consciente del sujeto. Un proceso de auto-transformación constante, de revolucionarización de la existencia, del que observa las injusticias y decide prestar su vida a acabar con ellas. Aquí reside la vida, en luchar por ella. Y aquí reside la libertad. En tomar decisiones que rompen con la monotonía de la esclavitud asalariada, con la comodidad de la vida que nos ofrece la burguesía en la Metrópoli, y nos llevan a ser algo más que un DNI. Lo demás es existir, pero no vivir. Porque deambular por el mundo intentando que no nos salpiquen las penalidades, escondiéndonos de la historia cuando pasa por nuestra puerta, es individualismo y egoísmo. Y en ello no hay ninguna decisión libre por muy libre que se crea el que nunca ha pensado en conquistar la libertad y se limita a ser un consumidor de la última mierda puesta en el mercado por una discográfica o una empresa vinatera.
Para la clase obrera, La vida es Lucha.
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