Las palabras que a continuación vais a leer merecen la pena: tratan de ser una radiografía de la situación actual y, sobre todo, una incitación a remover los cimientos de cuanto nos rodea.
Si sois de los que pensáis que no tenéis tiempo para leer este breve artículo, os pediría que reflexionarais sobre las horas que podemos dedicar a ver la última nominación de Gran Hermano o a leer el MARCA desde la primera hasta la última página. Además, ¿qué época es esta en que no tenemos tiempo siquiera para reflexionar sobre nuestras vidas y nuestra sociedad?
Nos han inducido a pensar, gracias a una publicidad machacona y omnipresente y unos medios de comunicación al servicio del actual orden criminal, que no hay más formas posibles de organizar la sociedad humana que esta.
El capitalismo, ese sistema que sobrevive rumiando su propia decadencia, coloniza todos los espacios posibles de la sociedad; peor aún, coloniza nuestras propias mentes, nos mantiene en el cada uno a lo suyo, en la competitividad fratricida, en la codicia patológica, en la estupidez inducida; les interesa que seamos estúpidos porque así nadie osará cuestionar su orden.
No nos engañemos: hace ya tiempo que en este país nos tienen paralizados, aislados, angustiados. (Una última encuesta sociológica nos sonroja llegando a la conclusión de que 6 de cada 10 españoles no se fían de los demás: es la consecuencia de haber convertido al otro en un enemigo y un competidor.) Somos presas del miedo fabricado por ellos mismos.
Nos han convertido en unos cobardes, en unos incapaces de repeler siquiera las agresiones constantes de la clase dominante. Nos hemos acostumbrado a caminar durante demasiado tiempo por la cuerda floja. Nos han dicho que lo normal es que haya paro, crisis y desigualdades sociales, y nos lo hemos creído sin rechistar. Nos han convencido de que no merece la pena luchar: ¿para qué vamos a pelear contra la Reforma que nos niega las pensiones, si el Gobierno no va a ceder? Digerimos con una naturalidad asombrosa la noticia del fraude fiscal de las grandes fortunas españolas, o que el número de ricos haya aumentado exponencialmente en 2010, el mismo año en que precisamente más pobres y parados hay. Pero que nadie se atreva a decir que lo uno es causa de lo otro, porque enseguida será tachado de comunista trasnochado y sometido a escarnio público.
A la mayoría nos han hundido en el pánico, la inacción y la hipocresía: caminamos como animales asustados. Tenemos miedo de que el Gobierno (el Consejo de Administración de la burguesía, como decía el sabio y denostado Marx) nos imponga el mayor ataque a los derechos de trabajadores y pensionistas de las últimas décadas, pero somos incapaces de manifestarnos masivamente para mostrar al menos nuestro digno rechazo; reprobamos moralmente la sangría de despidos, pero cuando el tsunami del capital llega a nuestra empresa lo primero que pensamos es “espero que no me toque a mí”; no nos movilizamos mediante huelgas o manifestaciones porque las promueven las mafias sindicales parasitarias, pero nuestra alternativa es no hacer nada: quedarnos en casa o hacer de esquiroles; nos quejamos de que nadie protesta en España, pero cuando la huelga más auténtica de los últimos años sacude el Metro de Madrid, nos desgañitamos como subnormales por no haber podido llegar a tiempo a nuestro precario trabajo.
Nos hemos tragado la burda mentira de que lo que nos cuentan los mass media es verdad (sin ser conscientes de que, en una sociedad de clases, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante). Nos hemos creído que vivimos en una sociedad democrática porque podemos elegir quién va a empobrecernos y saquearnos cada 4 años. Nos han convencido con la falacia de que hay pluralidad de información porque podemos elegir entre La Sexta o Intereconomía. (¿Os habéis parado a pensar que el 99% de las tertulias políticas televisivas están copadas por la derecha más rancia y españolista? ¿Os habéis percatado de que, si no queremos ver bazofia de prensa rosa, o pura propaganda de la facción del capital ahora en el Gobierno, la del Partido ¿Socialista? ¿Obrero? Español, no nos queda más remedio que sintonizar Intereconomía, Veo7, Libertad Digital o La 10?)
Somos receptivos a la evidencia de que los atentados del 11S fueron organizados por los servicios secretos estadounidenses para justificar ante la opinión pública mundial los planes de guerra del imperialismo, pero tachamos de conspiranoicos a los que, con datos e indicios en la mano, apuntan también al aparato del Estado español en la responsabilidad de la masacre del 11M (¿quién -y por qué motivo- mandó desguazar los trenes sólo dos días después de los atentados?, ¿cómo es posible que se hallaran explosivos de tipo militar en los andenes?, ¿qué decir de los altos mandos policiales implicados por colaboración con los autores del atentado?). Nos horrorizamos cuando oímos la palabra guerra, pero no queremos saber que la guerra es consustancial al capitalismo, primero porque es una forma inevitable y extrema de resolver las contradicciones por mercados y recursos entre los distintos capitales, y segundo porque los monopolios militares necesitan dar salida constante a su armamento para obtener así jugosas ganancias. ¿Qué mejor que una “guerra humanitaria” para conseguir esto? ¿Cuántos de nosotros hemos caído en la cuenta de que los dos accionistas mayoritarios de los principales medios de comunicación de Francia, país especialmente beligerante en la guerra de Libia, pertenecen a las empresas armamentísticas Lagardère y Dassault? ¿Entenderemos mejor entonces por qué los buitres mediáticos no se dedican a cubrir la guerra, sino a promoverla y venderla?
Y es que nos han lobotomizado, sobre todo, gracias a esa arma de destrucción masiva que es Falsimedia. Nos bombardean durante horas y horas con estupidez y mediocridad. Nos destruyen la capacidad de crítica y discernimiento. Nos dan a elegir entre Belén Esteban o Paqui “la coles”, entre Lady Gaga o Justin Bieber, entre Ronaldo o Messi, entre El Hormiguero o el Intermedio. El espejo que nos ponen en nuestras narices es el de los personajes ricos y presuntuosos carentes de la más mínima inteligencia y sensibilidad.
Nos atiborran con una publicidad siniestra que, con el objetivo de ganar cuota de mercado a la competencia, determina quién es guapo y quién no, traumatiza a la mayoría de las mujeres (y a no pocos hombres) con estereotipos absolutamente artificiales (“¿Quieres dejar de estar gordo?”, nos espeta una voz en un anuncio de Teletienda) y, peor aún, nos alimenta la ilusión de que podemos ser felices si compramos en ZARA o si nos rendimos ante él último 3x2 de Carrefour.
Nos ocultan y distorsionan intencionadamente lo que no les interesa. Nos ocultan las luchas masivas de estudiantes y trabajadores que sacuden Europa, desde Portugal hasta Grecia pasando por Francia o Islandia (¿cuántos de los medios empresariales han sacado en primera plana las manifestaciones sin precedentes de miles de jóvenes precarios y parados portugueses?). Nos televisan en directo las “revueltas democráticas” del mundo árabe –tildando de sátrapas a los dirigentes de Libia, mientras reciben con honores a los de Arabia Saudí o Bahrein- para justificar las guerras de rapiña por petróleo, pero callan o tildan de terroristas y criminales a las masas explotadas que luchan contra la miseria y la opresión en India, Colombia, Turquía o Grecia.
Yo lo digo claramente le pese a quien le pese: ni vivimos en una democracia (etimológicamente, “poder del pueblo”) ni saldremos de esta situación sin luchar. ¡Claro que hay futuro, y este pasa justamente por la conciencia y la lucha! Cuando me preguntan si soy optimista o pesimista yo respondo que depende: si vamos a seguir malviviendo bajo este sistema de explotación soy muy pero que muy pesimista; si, en cambio, vamos a transformar profundamente las raíces de esta sociedad sobre criterios de bien común, solidaridad y racionalidad, soy el más optimista del mundo.
Nos acostamos todas las noches con una certeza: nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Viviremos, si no se cambian las cosas a través de una Revolución más necesaria que nunca, en un orden de nueva servidumbre aún más atroz al servicio de las élites económicas. Esta vez, en vez de rendir pleitesía a amos y señores de la gleba, nos someteremos al capital financiero y a todos sus tentáculos de medios de comunicación y Estados a su merced.
¿Cómo podemos seguir así, a pesar de la que está cayendo? Parafraseando a Manuel Cañada, ¿cómo se explica que, con miles de desahucios y camino de los 5 millones de parados, se vayan de rositas los botines, las koplowitz, los florentinos, los zaplanas y bonos, los amos y los perros de los amos? ¿Cómo es posible que no le estallen las costuras a este sistema, irracional e injusto hasta el escándalo? ¿Dónde arraiga la conformidad, la mansedumbre suicida, dónde se asienta nuestra impotencia?
Las respuestas a tantas preguntas (que en el fondo se reducen a una sola: ¿por qué tenemos que vivir como vivimos?) las plantearán, como no puede ser de otra manera, las mayorías sociales de explotados, parados, hipotecados, desahuciados, estudiantes sin futuro y hambrientos de todo el mundo, los únicos capaces de poner orden a este caos, los únicos en condiciones de reorganizar las bases de la sociedad para que sirva a los intereses colectivos de los que generamos la riqueza.
Esta lucha es el único camino que nos puede hacer sentir verdaderamente humanos; la única que nos puede hacer descubrir que hay vida tras la supervivencia miserable de esta guerra social no declarada; la única que nos puede hacer entender la diferencia entre existir y vivir.
Javier V. B.,
Madrid, abril de 2011
lunes, 18 de abril de 2011
De la supervivencia a la vida
PUBLICAMOS ESTE INTERESANTE ARTÍCULO QUE NOS HA REMITIDO UN COMPAÑERO COMUNISTA NO ADSCRITO A NINGUNA ORGANIZACIÓN. ES UNA LLAMADA A LA REFLEXIÓN SOBRE LA "VIDA" QUE NOS OFRECE LA SOCIEDAD BURGUESA Y LA ÚNICA FORMA QUE TENEMOS DE SOBREPONERNOS A ELLA: LA MILITANCIA REVOLUCIONARIA.
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