domingo, 12 de junio de 2011

De Revolución, sexo y 15M


Desde la JCZ nos ha parecido pertinente el publicar este artículo, firmado por la compañera de CNT María del Prado Esteban Diezma, de crítica sin concesiones al feminismo realmente existente. No obstante señalamos que no coincidimos en todo lo que se expresa en dicho texto, ya que lo que aquí se entiende como una "fortaleza" del movimiento de los indignados, su heterogeneidad en el campo de las ideas, supone desde el punto de vista del proletariado revolucionario una de sus debilidades, ya que muestra una falta de claridad y de dirección consciente hacia objetivos consecuente y radicalmente democráticos (revolucionarios), que tan solo favorece al mantenimiento de las actuales condiciones culturales e ideológicas que proyecta el sistema de opresión capitalista hacia las masas proletarias, que para acabar con este régimen deben en primer lugar armarse de ideología revolucionaria.

DE REVOLUCIÓN, SEXO Y 15 M:

Nadie duda que la participación femenina en la acampada de Sol ha sido más amplia de lo que es habitual en las acciones políticas de los últimos años, me ha parecido enormemente gratificante encontrar un buen número de mujeres tratando y debatiendo de problemas políticos, sociales y existenciales en toda la amplitud de sus acepciones, saliendo del confinamiento de las “cosas de mujeres” y los debates feministas que han sido la particular “domesticidad” de la modernidad tardía.

Este hecho se produce en el mismo entorno en el que las pancartas con consignas feministas han sido abucheadas y, en algunos casos retiradas por la multitud (esto ha sucedido en bastantes ocasiones en las dos semanas del campamento). ¿Cómo podemos interpretar estas situaciones?. Al grito de “La revolución no tiene sexo” mujeres y hombres comprometidos con una idea, tal vez vaga, pero activa y entusiasta de la transformación social han afeado el recurrente ejercicio de enfrentamiento y discordia que introduce la “política de sexos”, han percibido y señalado al feminismo donde realmente se encuentra, junto a los políticos, el Estado y los instrumentos del orden social (ejército, policía etc.). No puede hablarse, pues, de que el origen de ese desencuentro sea el machismo del movimiento sino su sensata intuición de que estas corrientes representan al sistema y no a las mujeres.

La incorporación que se ha hecho del vocablo “pueblo” como expresión de comunidad horizontal, de unidad de los de abajo contra el poder, es un hecho de especial significación. Frente a la división corporativa que ha sido la regla de los movimientos sociales, divididos convenientemente por sectores con programas reivindicativos que se proponen ante todo sacar mayor tajada del pastel para sus asociados. Decir “pueblo” expresa la vuelta a una realidad integradora, plural, igualitaria y democrática. El pueblo no entiende de divisiones porque admite a los diversos en equilibrada igualdad de derechos y obligaciones. La heterogeneidad de las ideas, las personas y las reflexiones no ha hecho estallar al movimiento sino que lo ha fortalecido por su capacidad para mantener la convivencia en torno a los puntos de unión y el debate político, eso es un auténtico ejemplo de democracia en acción. Por eso el feminismo, con su discurso totalitario, desentona en Sol.

3 de junio, se denuncian agresiones machistas en la Acampada


En la prensa de hoy aparece una denuncia suficientemente inconcreta y confusa sobre “intimidaciones”, “agresiones físicas”, “miradas” “gestos” o “actitudes paternalistas” interpretadas en clave más emocional que objetiva y señalando, de hecho, a todos los varones de la acampada como agresores en potencia. El feminismo se ha refugiado en un monotemático discurso sobre el maltrato a la mujer, un discurso que se sostiene con fondos públicos y cuyo máximo valedor es un hombre, Miguel Lorente, delegado del gobierno para la violencia de género y principal responsable del contenido de la Ley Integral contra la Violencia de Género, una ley de excepción que ha condenado desde su entrada en vigor en 2005 a 145.000 varones, una parte sustancial de ellos acusados de delitos que, de ser cometidos por una mujer, tendrían la categoría de faltas y cuya aplicación ha ejercido una función de incitar los crímenes sexistas (un reconocimiento que se hace de facto cuando los responsables ministeriales han aceptado que el exceso de publicidad de los asesinatos ha hecho “efecto llamada”, algo que muchas sabíamos ya antes, lo que hace sospechar cuales sean las verdaderas intenciones de la ley).

Existen los crímenes machistas, la violación, las agresiones sexuales, el acoso y muchas situaciones de desencuentro e incomprensión en clave sexual, pero todos estos hechos no tienen la misma gravedad ni pueden ser tratados de la misma manera, acuñar la consigna de que hay agresión cada vez que una mujer se sienta agredida es expulsarnos del espacio común de la objetividad, el buen juicio y la justicia. Hacer de la arbitrariedad la bandera de las mujeres es degradar nuestra condición de seres humanos responsables y conscientes, al mismo nivel que los hombres, y rebajarnos a la categoría de seres pueriles dominados por la subjetividad y el capricho. Si nuestro deseo es actuar contra la violencia machista, todas las agresiones han de poder ser acreditadas de forma objetiva y concreta.

La realidad social de la acampada es lo suficientemente compleja como para que el conflicto convivencial y sexual no pueda ser desalojado por completo. Dejando a un lado la posibilidad de que puedan producirse actos de provocación o debidos a desórdenes psíquicos de algunas personas, es necesario entender que los hombres y mujeres que conviven en Sol somos seres de esta sociedad y de este momento, condicionados, aunque no nos guste, por el ideario dominante dependiente del poder establecido que se impone a través de sus cátedras, prensa, medios de comunicación y artísticos entre otros. Este ideario se expresa hoy en el ascenso, por un lado, de las ideologías del narcisismo femenino, el odio sexista y el victimismo que hacen mella en pequeños, pero muy activos, sectores de mujeres y hombres y, por otro, del recelo, el miedo y la incomprensión del que son presa una gran porción de personas de ambos sexos.

La necesidad de tratar estos problemas no debe ser obviada, pero, si deseamos preservar una lucidez y sensatez básicas, deberíamos acordar que no todos los conflictos pueden ser calificados de agresiones. La mayor parte de las desavenencias entre las mujeres y los hombres pertenecen al ámbito de la confusión, la inexperiencia o la falta de habilidades de comunicación y pueden ser resueltos desde la reflexión conjunta y la concordia, de esta manera se propiciará que la convivencia en la acampada sea un espacio de aprender (mujeres y hombres) a entendernos y expresarnos como seres sexuados. La incomunicación, por lo general, no depende de un solo factor, los hombres, sino de dos, los hombres y las mujeres, la negación que se hace de la responsabilidad femenina en el buen trato es una forma de machismo manifiesto e intolerable pues nos considera pasivas receptoras en la relación con los otros, además de sujetos necesitados de “especial protección”, este concepto, acuñado por la Ley de Violencia de Género se funda en el principio patriarcal, que en el Código Civil de 1889 se expresaba como protección del marido y en la actualidad como protección del Estado y que se complementa con el deber de obediencia de las mujeres, obediencia que hoy es dirigida hacia las instituciones del poder.

Presentar como equivalentes violencias, agresiones, conflictos, miradas o actitudes como hace el feminismo, es un acto que, objetivamente, desacredita y ataca al movimiento, crea división y recelos, miedos y desconfianza. Es, de hecho, una llamada a las mujeres a abandonar la acampada y la lucha política y a instalarse el temor a los hombres, un terror hacia lo varonil que ya usó la beatería franquista extensamente. Además, fortalece al sistema de poder que se presenta hoy como el máximo defensor y protector de las mujeres, y de paso, impide que se traten con contundencia las verdaderas agresiones si las hay.

El feminismo ha sido usado para destruir las luchas del pueblo contra el poder de forma repetida. En los años sesenta del siglo XX la revista “Ms.” Espoleó un feminismo negro especialmente androfóbico y agresivo contra el ascenso del movimiento de los Panteras Negras, la revista que dirigía Gloria Steinem, figura señera del feminismo llamado de la “segunda ola” recibía fondos de la CIA (este hecho fue denunciado por otros grupos feministas y nunca fue desmentido por Steinem). James Petras ha llamado también la atención sobre el uso que se ha hecho del feminismo para ahogar algunas luchas en América Latina sembrando la discordia y el enfrentamiento entre los sexos. De hecho los principales sostenedores de las corrientes feministas son los Estados imperialistas que los han exportado a todo el planeta a través de las instituciones internacionales como la ONU (que creó la primera “Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer” en el año 1946 y ha desarrollado Cuatro Conferencias Mundiales que marcaron las líneas esenciales de las “políticas de género” a escala planetaria) el Banco Mundial y las mayores Fundaciones del mundo capitalista como la Fundación Ford, Rockefeller o Gates.

Por ello es una impostura pretender que el feminismo pueda representar a las mujeres, NO NOS REPRESENTAN, los y las feministas sirven a quienes les pagan, el Estado y sus instituciones. Esta corriente se ha constituido como una auténtica mordaza para nosotras que hemos sido despojadas de nuestra voz que pertenece ahora a los nuevos patriarcas, lo que es, en esencia, FEMINICIDIO, como crimen contra la vida personal, psíquica y espiritual de las mujeres.

El objetivo ahora es crear la división y el conflicto entre los sexos en la acampada, expulsar a las mujeres de la lucha, pues sin las mujeres el movimiento no sobrevivirá. Frente a estas maniobras tenemos que defender la batalla por la convivencia, lo que implica que todas las agresiones reales han de ser reprimidas en el ámbito de la horizontalidad pero con contundencia, que los conflictos sexuales no graves han de abordarse con energía pero con cordialidad y con la disposición de reparar, aprender y formarse como seres humanos de valía en la vida social y afectiva.

Las mujeres hemos de renunciar a todo privilegio o protección especial por razón de sexo, asumir nuestras propias responsabilidades en la creación de un ambiente en que el respeto y el buen trato sean la tónica dominante recuperando los valores de esfuerzo, autoexigencia y competencia personal. El neomachismo feminista nos ofrece vivir tuteladas sin enfrentarnos a los problemas de la existencia, mimadas y estúpidas, inconscientes y entontecidas, emocionales y fanáticas, es decir, sin autonomía. Libertad significa obligaciones antes que derechos, esfuerzo y dolor, frustración y dudas, equivocaciones y rectificación, solo si elegimos ese camino podemos ascender a pensarnos y vivir como seres libres, al menos con libertad de conciencia.

Madrid 3 de junio de 2011
María del Prado Esteban Diezma
pradoesteban@hotmail.com
prdlibre.blogspot.com

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