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Hace pocos días moría un verdugo
de la clase obrera. Uno de esos “hombres de Estado” que son homenajeados por la
burguesía por haber sabido mezclar su calidad de carnicero fascista con sus
dotes para la diplomacia democrática. Ese era el currículum de Fraga, el de un
fascista de la cabeza a los pies hasta que la luz de la democracia y los
intereses de su amada nación española, la cual existe pues sino sería absurdo
hablar de opresión nacional en este Estado, le mandataron abandonar las formas
del caudillo para convertir a los “grises” en “maderos” y hacer mutar las
viejas “leyes fundamentales” del régimen en una “moderna” “constitución”
ajustada a las necesidades de la creciente burguesía española y su
encuadramiento en el seno del imperialismo europeo.
A este fascista democratizado lo
han alabado las plañideras del régimen, mostrando como anecdóticas frases como
“La calle es mía” vertida por el verdugo poco después de que la policía
nacional asesinase a unos obre-ros. No sorprende que los medios de manipulación
cierren filas en torno a este elemento, su libertad de expresión es solo una
más de las tantas libertades de que gozan las clases dominantes para imponer su
terror. No obstante el patetismo y la vileza a la que han llegado muestran, en
el campo de la “intelectualidad”, el grado de descomposición en el que se
encuentran las sociedades de los Estados imperialistas y lo poco que pueden
aportar a cualquier problema social.
A los jóvenes comunistas ni nos
sorprende el culto político ni el mediático a la figurilla acartonada de Manuel
Fraga.
Con ello certifican lo que ya
sabemos: que los asesinatos de Grimau, de Ruano o de Puig Antich, de los
fusilados del 27 de Septiembre o de los obreros de Gasteiz, entre muchos otros,
no son producto de la arbitrariedad de las personas que en cada momento han
figurado a las cabezas de un gobierno. Son asesinatos de clase. Son una dura
advertencia a todos aquellos que nos organizamos y luchamos por la consecución
de la Revolución. La clase obrera debe ser consciente de ello en todo momento.
Ocurre en la sociedad burguesa
que la ideología dominante se presenta en múltiples formas. Siguiendo los
parámetros que dicta el capital, en estos días también hemos oído a muchos
elementos de la “izquierda” estatal pedir o propagar la idea de que Fraga y
fascistas de su mismo pelaje sean juzgados por el actual régimen para sanear la
memoria de las víctimas y hacer justicia. Si esto lo dicen demócratas radicales
nos parece perfecto. Si intentan hacer pasar estas demandas por “revolucionarias”
y “marxistas” entonces los denunciamos como agitadores burgueses dentro del
movimiento obrero. Porque la justicia revolucionaria poco tiene que ver con la
justicia de los tribunales burgueses. Los demócratas pequeño burgueses,
intelectuales de “izquierda”... tienen una visión idílica de lo que es el
Estado y la transmiten a la clase obrera. El Estado burgués sirve a los
intereses del capital, es una máquina dispuesta contra la mayoría de la
sociedad e irremediablemente separada y en contradicción con ésta. Es la
burocracia que impide al obrero liberarse de la explotación y el control a que
lo somete el capital y que falsamente “divide sus poderes” en legislativo,
ejecutivo y judicial, para “servir” a la “sociedad civil”. Y decimos falsamente
porque todas esas estructuras están controladas por las mismas clases a pesar
de que entre ellas surjan conflictos que resuelven a través de sus mecanismos
legales.
El “Estado” por el que luchamos
los comunistas es aquel en que la democracia se amplia cualitativamente porque
es por y para los trabajadores. La clase obrera en armas es la directora de la sociedad
y no necesita un entramado burocrático ni miles de policías armados dispuestos
contra el pueblo, porque ella es el pueblo. La clase obrera organizada legisla
y ejecuta sus intereses de clase, al estilo de los Soviets, y por supuesto
realiza su justicia sin necesidad de delegar en órganos ajenos a la sociedad.
Para hacer justicia la democracia
de la clase obrera ,que es lo mismo que decir dictadura revolucionaria del
proletariado, no necesita adornarse con togas ni con pomposas leyes que en
la vida capitalista existen sólo para ser saltadas por quien las elabora y
humillar a los explotados. La justicia popular, la justicia revolucionaria la
realizan directamente las propias masas obreras organizadas sin necesidad de
mirar a la jurisprudencia o a tribunales internacionales en La Haya o en
Nuremberg. Un pueblo en armas está lo suficiente-mente capacitado para dictar
sentencia a sus verdugos sin tutelas de ningún tipo más que las que él
mismo se imponga.
Sano ejemplo de ello es el
ajusticiamiento de Benito Mussolini por parte del pueblo italiano. Las masas
ejecutaron a éste y a otros muchos fascistas italianos. Si Mussolini hubiese
visto forjarse a la República Italiana que lo primero que hizo fue desarmar a
los partisanos y devolverlos al “ora et labora”, quizás habría sido
colgado “civilizadamente” o quizás hubiese muerto de la risa como le ocurrió a
Pinochet o le pasará al genocida Fujimori. Pero Mussolinni cayó cuando la clase
obrera italiana se hallaba aún armada y los partisanos tardaron poco en
ejecutar, en las manos del camarada “Coronel Valerio”, la sentencia de muerte
dictada por su pueblo.
La garantía única para que se
ejerza la justicia obrera y revolucionaria con los verdugos capitalistas es que
el proletariado se encuentre organizado independientemente como clase con
intereses políticos antagónicos al capital.
Pedir al Estado burgués y a la
democracia en general que sea justa para los obreros juzgando a los fascistas
es desconocer u ocultar el carácter de clase del Estado y del fascismo y es pedirle
al padre (el capital) que mate a sus vástagos (los fascistas), cuando barrer de
la historia a ambos es una tarea de la clase revolucionaria, de la clase obrera.
Ese es el mejor reconocimiento que po-demos brindar a los que siguen en
cune-tas, a los que fueron torturados y a los que en cualquier parte del mundo
sufren hoy la explotación del capitalismo.
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