El fútbol, otra cruz sobre las espaldas del proletariado
Una religión ha vuelto a dar un balón de oxígeno a la burguesía española. Pero esta vez quienes acompañan bajo palio a los gobernantes de turno no son señores con sotanas negras y cruces sino unos tipos con chándal rojjgualda y un balón pegado al pie.
En esto que se empeñan en llamar mundo civilizado, el fútbol ha venido ocupando de manera sistemática todos aquellos períodos de nuestra rutina existencial que ha ido abandonando aquella religión de monjas y legionarios de Cristo. Ni mucho menos quiere esto decir que el fútbol moderno excluya a la religión pues ambos son como la Ertzaintza y la Guardia Civil, se complementan a la perfección para servir al capital, y al igual que los cipayos en Euskal Herria, el fútbol ofrece un toque moderno y de normalidad a una sociedad que necesitaba disimular con urgencia su oscurantismo, religioso y policial.
La sustitución de religión por fútbol, dos modos distintos de mantener entretenido al proletario entre el fin y el principio de la jornada de trabajo (o las 24 horas si está en el paro), ha convertido nuestro tiempo de descanso en algo más terrenal, más cercano al “pueblo” o como diría algún demócrata convencido en algo más conectado con “la ciudadanía en su conjunto”. Porque antaño para ver la estatua de un Santo, el feligrés de turno debía ir a la Iglesia dedicada a su hacedor de milagros favorito que podía estar en el pueblo de al lado o en Santiago de Compostela con los problemas que eso conllevaba. Pero hoy las estrellas del fútbol pueden ser vistas en cualquier valla publicitaria y han sido dotados con el atributo de la omnipresencia estando en un mismo día posando en Milán para anunciar un champú, jugando en Lyon un partido de Champions después de firmar autógrafos en un hotel de cinco estrellas en Suiza para acabar tomando unas copas en una discoteca de Madrid.
El paraíso ya no es algo intangible para el mortal, ni un lugar al que solo llegarán las buenas personas. El Edén es hoy un estadio de fútbol al que como mínimo se puede acceder un día de cada siete y en el cual ser un ladrón de trabajo ajeno da derecho a una tarjeta VIP, a un palco VIP, a azafatas VIP y si tras ellas aun se tiene hambre, a unos canapés VIP. Mientras tanto el proletario, al que la beatiful people le ha robado el producto de su trabajo, tendrá suerte si le dejan meterse en el Fondo Norte de alguno de estos paraísos. Se convierte así el estadio de fútbol en una reproducción de la sociedad clasista en las cuales hace tiempo empezó a extenderse, por necesidad más que por otra cosa, la utilización del Parlamento para solucionar las contradicciones de la clase dirigente. Y ¡qué sería de una sociedad parlamentaria sin libertad de expresión! (*)
El fútbol ha conquistado la libertad de expresión frente al trasnochado monoteísmo occidental. ¿Quién podía debatir sobre Yavéh? Nadie ¿Quién debate sobre balompié? Todo dios. Es más como miembros de la comunidad estamos obligados, so pena de exclusión social, a tomar posición en cualquier cuestión futbolera. Y no vale la excusa de no tener idea del tema pues al igual que existen creadores de opinión para justificar la figura del monarca español, para insultar a los obreros en huelga de Metro Madrid o para vender bien la alianza interimperialista europea (UE), la burguesía tiene en nómina a gran cantidad de auténticos periodistas-ultra y sagaces juntaletras que crean sofisticadas argumentaciones deportivas para ser reutilizadas hasta la saciedad en la barra del bar y en la programación de media noche.
No obstante como en toda democracia parlamentaria, la libertad tiene sus limitaciones pues hay temas demasiado escabrosos para que puedan ser tratados por “cualquiera”. En la política española son innombrables palabros como “GAL” o “tortura”. En el fútbol el dinero es tabú, salvo que sea para adularlo. Y eso nos vino a decir el capitán de la selección española cuando afirmó que hablar del sueldo de los futbolistas en tiempos de crisis era propio de oportunistas. Y es que en nuestra época lo censurable no es que unos cuantos ganen millones mientras la mayoría del mundo se muere de hambre. ¡Lo criticable hoy día es que aun quede alguien que se oponga al circo burgués y a sus payasos! Y quizás este portero hasta tenga razón, porque si algo sobra a un futbolista de élite es conciencia social: leen manifiestos contra el racismo, nos indican que ahorremos energía apagando los interruptores de nuestros bienes de consumo, nos recomiendan comprarnos unas Nike hechas en Tailandia… o nos aconsejan sobre la cerveza a elegir para emborracharnos moderadamente. Porque para elegir birra o deportivas, equipo de fútbol o hito religioso favorito, si existe libertad… de mercado.
“Gracias a la selección la crisis se ha olvidado” ha comentado más de un “internacional” (como graciosamente llaman a los futbolistas de un equipo Nacional) como si quisiesen recordar al Estado imperialista los servicios prestados. Y es que gracias a los goles de estos ¿héroes? el nacionalismo español está viviendo sus mejores años desde los tiempos de la “Reconciliación Nacional” carrillista y las alianzas con las burguesías nacionales periféricas. Y con millones de parados debe ser más que reconfortable para nuestra burguesía ver desfilar por las calles sus banderas fascistas y/o constitucionales en vez de las, para ellos, temibles banderas rojas que portará el proletariado revolucionario cuando les pida cuentas.
Hoy día, un chaval ya no juega al fútbol sino está federado en un equipo infantil en el que le darán un uniforme y un carné de pequeño deportista para juridificar su relación con sus amigos, siguiendo ese empeño que tiene la burguesía monopolista por eliminar todo recodo que quede entre el Estado y el hombre, aunque este tenga tan solo 9 años. Recodo en el que estaba aquello que algunos aun llegamos a disfrutar: el fútbol de la calle como pasatiempo colectivo, como relación social en la que las instituciones del Estado no se inmiscuían. El deporte verdadero antes de que lo castrase la burguesía y lo convirtiese en “Deporte Base” destinado a seleccionar a los que más beneficios puedan reportar en el futuro y colocando al resto en el sector productivo que más convenga atendiendo a las necesidades de la división social del trabajo de la cual surgen las clases y el Estado.
Y es que a cada paso, y sin quererlo, el fútbol moderno se muestra como lo que es, como lo única cosa que puede ser y será en una sociedad clasista. Otra relación social más en la que el sujeto explotado es alienado por la sociedad burguesa. Otro instrumento al servicio de la clase capitalista para impregnarnos con su ideología y con su propaganda clasista: todas las clases unidas bajo un himno, una bandera, unos colores…adoctrinamiento puro y duro, política al fin y al cabo, que por las condiciones del Estado español adquiere unas connotaciones de carácter nacional que vienen a unirse a lo principal, la cuestión de clase. Porque no son los colores de la bandera nacional los que determinan el carácter alienante del fútbol moderno, como tampoco lo es si la forma en que el jefe del Estado llega a su puesto es mediante elección o por sucesión. El problema del fútbol es que como parte integrante de la superestructura de la sociedad capitalista, está manejado por quienes se benefician de la estructura social que son los dueños de los medios de producción. Y el fútbol, el deporte en general, se integra en nuestra vida en base a los intereses de la clase dominante tanto en su aspecto económico desde los millones que se mueven en un fichaje estrella hasta la tienda deportiva; como en el político-ideológico con el culto al individuo, la exaltación nacional…
El deporte no supera lo político. No es una válvula de escape frente a la sociedad. Es un tentáculo más del Estado que perpetúa nuestra posición en esta sociedad: como consumidor, como hincha, como obrero, como espectador. Siempre en actitud pasiva observando lo que un grupo de privilegiados decide y hace. Exactamente igual que ante la política burguesa.
En la sociedad feudal los oprimidos poco podían esperar de sus señores, por eso les daban religión como única perspectiva de futuro. En la sociedad imperialista las masas no creen en la clase política, por eso le dan fútbol como una cuerda a la que agarrarse para seguir sobreviviendo semana tras semana.
La lógica de la clase dirigente es sencilla: Si creemos que en la vida real no sirve luchar porque dios nos juzgará a todos, buena gana tenemos de luchar ahora por la libertad. Mientras depositemos nuestras esperanzanas de futuro en un campo de fútbol, no pensaremos en conquistar el futuro. Si los explotados seguimos creyendo que el mañana depende de lo que se decrete en el parlamento de un Estado burgués jamás nos organizaremos en base a la destrucción del orden social existente, que es apuntalado por cada decreto salido de las entrañas de uno de esos parlamentos de oro y sangre.
Liberar al deporte del mercado. Convertirlo en una relación social ajena al comercio, solo es posible mediante la eliminación del mercado, del comercio, y en definitiva de todos los condicionantes que lo rodean actualmente y que lo convierten en una mercancía como sucede con el producto de la fuerza de trabajo. Y esta eliminación pasa por la revolucionarización de las relaciones sociales, por la Revolución Socialista.
(*)La libertad de expresión mientras las imprentas y demás medios de producción estén en manos de una minoría, será tan solo libertad de expresión para esa minoría y palabra vacía para la mayoría: La Biblia sigue siendo el libro más traducido en la historia de la humanidad. En el Estado español es un periódico deportivo el nº 1 en ventas. Son dos datos que dan que pensar.
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