COMUNICADO CONJUNTO DE LA
JUVENTUD COMUNISTA DE ZAMORA Y LA JUVENTUD COMUNISTA DE ALMERÍA
La
búsqueda de la salida de emergencia que el capitalismo necesita para
solventar su crisis sistémica sigue su curso. Para el gran Capital el pasillo,
empedrado con millones de obreros en paro y desahuciados, hacia esa puerta
llamada “crecimiento económico” se estrecha y ha de deshacerse de algunos de
los sectores con los que, hasta 2008, caminó de la mano por aquel gran salón
del Estado del bienestar, que era solo la dictadura del capital con
rostro humano y que se sostenía sobre los pilares de la explotación de la clase
obrera y el expolio, a manos llenas,
de tres cuartas partes de la humanidad. Los mecanismos que la clase dominante
ha activado, en forma de ajustes, muestran que el capital se ha empeñado
en grabar a fuego la “marca España” sobre los trabajadores mediante esas
medidas impuestas a golpe de porra en todos los rincones donde habita el
proletariado y que permiten sacar pecho a los tertulianos que gobiernan el país
cuando se reúnen con sus socios de la Troika y el Bundesbank.
Los “recortes” y la
clase dominante
Primero ha de
aclararse: el proceso de reformas de la alianza estructural, formulada en el
Estado español a través de la intocable constitución y revalidada cada
cierto tiempo por los “pactos sociales”, se encuadra en el nuevo esquema
configurado por la burguesía española, en conexión con el imperialismo europeo,
para seguir aplastando a la clase obrera. El PP no está haciendo otra cosa que
seguir los pasos del PSOE (que sigue en sus trece junto a Izquierda Unida en
Andalucía), porque el ataque a la clase obrera es un pacto transversal sellado
por los poderes de Europa donde la única problemática está en si se va a robar
al obrero con la mano derecha o con la mano izquierda. Un matiz, derecha-izquierda,
que hemos de ver en el marco de la lucha de clases para saber contextualizar
las reformas y no caer en los juegos del oportunismo.
La unidad temporal
entre el capitalismo español y el europeo da señas de que la “soberanía
nacional” no ha sido transgredida por ningún agente exógeno, como señalan desde
los portavoces oficiales de la democracia hasta algunos “anticapitalistas” que
definen la situación mediante la supuesta “pérdida de soberanía” del pueblo español. Esto sólo pueden decirlo
aquellos que confían en que de la farsa de las urnas pueda salir alguna vez
algo que para la clase obrera no sea dictadura del capital; esto sólo pueden
afirmarlo los que quieren hacer creer a los trabajadores que las relaciones
entre estados puede darse, bajo el capitalismo, en forma solidaria y comunitaria,
y no a través de una lucha por imponer unos determinados intereses
nacionales sobre otros.
Las reformas pues coinciden
escrupulosamente con los intereses del capitalismo español, y generan
fricciones entre los mismos sectores que forman la dictadura del capital en el
Estado español: la burguesía monopolista (el capital financiero e industrial),
las burguesías nacionales (vasca, galega y catalana), la pequeña burguesía y
los sectores populares privilegiados (la “aristocracia obrera”, cuyo mejor
representante es el sindicalismo mayoritario). Los cambios en el sistema
educativo y sanitario, en la seguridad social, en las relaciones laborales...
no son otra cosa que el modo en que cristalizan ante nuestros ojos los cambios
en la correlación de fuerzas dentro de esas clases que ocupan el Poder. En esto
contexto la Huelga General convocada
por los sindicatos mayoritarios muestra, precisamente, que esos cambios
en lo alto de la estructura social, que comprometen a toda la sociedad, se
cometen en medio de la lucha entre la misma clase dominante en donde la
burguesía monopolista (los Botín, Ortega, Roig, etc.) hace de sus deseos ley. La Huelga General se convierte, en este marco, en un refrendo
de la aristocracia obrera frente al capital monopolista, al que los comunistas
no podemos acudir para apoyar al sector más crítico o radical de estos elementos con la excusa de la “unidad”, dado que
la aristocracia obrera defiende intereses de clase, no solo ajenos, sino
antagónicos a los de la clase obrera. Los comunistas por el contrario, hemos de
movilizarnos para señalar el carácter de clase de cada uno de los actores sociales así como las verdaderas
tareas que ha de acometer el proletariado consciente.
¿Por qué ahora?
Las CCOO y la UGT son
la punta del iceberg de la aristocracia obrera. Son los representantes de esos
sectores populares beneficiarios de la explotación del conjunto de la clase
trabajadora y de los países oprimidos, que se aupó al poder en un contexto social
(el de la transición) en donde la correlación de fuerzas entre las
clases posibilitó que unas cuantas migajas fuesen del lado de los asalariados: por
un lado estaba la necesidad, económica y política, de la clase dominante en
España de abrir espacio a otras clases para gestionar el poder, a imagen y
semejanza del resto de estados europeos, de otra parte estaba el movimiento
obrero como sujeto desestabilizante de la reforma controlada. Estas dos
cuestiones entrelazadas eran la base para que un sector de la clase asalariada
accediese al Poder, dentro de la democracia capitalista. Desde ese momento y
durante tres décadas hay una alianza estable entre el gran capital y el resto
de los sectores ya mentados, que se resumen gráficamente en los pactos de la
Moncloa y de Toledo. Con el acceso a ministerios de cargos sindicales y con el
paso de éstos, cual parlamentarios, de la esfera pública a la privada para recibir recompensa por sus servicios
prestados.
Hoy el escenario se
muestra distinto. La burguesía necesita “soltar lastre” para tener más poder y
abaratar, con más facilidad, la fuerza de trabajo. Con una clase obrera
desprovista de sus instrumentos de lucha y con una aristocracia obrera sin la
suficiente base, ni económica ni política, para ofrecerse a la burguesía como
fuerza de contención, el capital no necesita el elevado número de vendeobreros
que durante estos años ha tenido en sus organismos de gestión política y
administrativa. El sindicalismo mayoritario, convertido hace mucho al
parasitismo capitalista pierde su máscara de actor social, descubriéndose lo que ya sabía cualquier proletario
que en su vida laboral se haya topado con ellos: que estos representantes de la
podredumbre del sistema capitalista son incapaces de hacer algo distinto que no
sea intentar salvar su condición de paniaguados, que excede con creces (a
través del salario diferido) a la “burocracia sindical” a la que limitan su
crítica el revisionismo y el oportunismo.
La ofensiva del capital
y la clase obrera
Ante esta situación la
mayoría del movimiento obrero y alternativo
trata de construir un bloque de referencia para la clase, siempre,
aunque en distinto modo, a través de un sindicalismo “verdaderamente combativo”
que lleve la lucha sindical de los despachos a la calle, recorriendo hacia atrás el camino que el sindicalismo ha
recorrido a lo largo de la historia. Se intenta, en
definitiva, conformar un proyecto político que luche contra los recortes y
lleve al sindicalismo a ser lo que fue
en otro período.
Pero hay que entender
el sindicalismo, no como simple actividad sindical sino como línea
política consistente en ir agregando los distintos problemas que asolan a la
clase obrera (paro, pobreza, exclusión, vivienda, racismo, etc.) a una especie
de tablero de reformas en donde la solución de cada cuestión se
encuentra compartimentada. El sindicalismo es aquella propuesta política que
encierra a los trabajadores en el tira y afloja con el patrón y con el
Estado burgués: más salario, más derechos sociales, más reparto
justo… que en el siguiente reajuste del capital volverán a ser barridos
para que empecemos de cero, pues son solo concesiones temporales que el capital
se ve obligado a realizar en un contexto de ascenso de las luchas populares. Pero estas luchas, por más que estén dinamizadas por
“revolucionarios” y se pretendan para, con buenas intenciones, “acumular
fuerzas”, no sirven más que para plantear a la clase dominante una revisión de
sus políticas para con los trabajadores Y no otorgan a la clase obrera una
conciencia revolucionaria que eleve al movimiento sobre la mera resistencia a
los envites del capital monopolista,
para lo que ni siquiera están sirviendo. Si acaso ayudan al
“anticapitalismo” existente a ponerse en la cola de la aristocracia obrera y ser
vehículo de la ideología burguesa entre los trabajadores.
Para crear conciencia revolucionaria entre las
amplias masas obreras, es decir para construir el movimiento revolucionario, es
necesario, en primer lugar, que reconstituyamos la ideología de la clase obrera, pues si no hay teoría
revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Es decir, si
no se tiene en cuenta la experiencia histórica de la clase obrera y no se lucha
contra las bases teóricas del reformismo que supura al movimiento obrero y las
luchas espontáneas, recolocando al comunismo revolucionario en la vanguardia
ideológica de la clase obrera, es imposible desarrollar una línea general sobre
las tareas de la Revolución. Solo con el desarrollo consciente de esta labor es
como podrá ponerse en pie el movimiento revolucionario organizado que a través
de la ejecución de programa político ponga en práctica la transformación de
las condiciones de vida de los trabajadores, unificando esa conciencia
revolucionaria con el movimiento de masas, entendiendo este conjunto
organizativo proletario como Partido Comunista. Y su constitución
implica un largo proceso que (siendo realistas y no dejándonos llevar por los
distintos movimientos espontáneos que tan pronto aparecen como desaparecen, que
están accionados por la política que sigue el capital o que, directamente,
representan intereses distintos a los del proletariado) choca radicalmente con
las medidas cortoplacistas e infantiles que esgrime el oportunismo, se vista de
rojo o de anarconsindical, que no logra salir de esas inercias
sindicalistas que son las que precisamente han despojado al proletariado de sus
organismos de combate que a lo largo del
siglo XX hicieron temblar el poder internacional de la burguesía. Unas lógicas
reformistas en donde lo que se llama “revolución” (o “proyecto constituyente”, a gusto del consumidor) no es más que
una componenda con amplios sectores de la clase dominante a través de la cual
se repartiría justamente la riqueza social entre capitalistas y
trabajadores. Toman el Estado en abstracto y no como un instrumento de una
determinada clase.
Tal es
así que incluso se habla, con bastante ligereza, de construir, “poder popular”
o “contrapoder”, pero eso sí, limitando ese poder del pueblo a ser el espíritu
ético de la burguesía (salvo algún “oligarca” a nacionalizar) a la que se hará entrar en razón a golpe de los decretazos
impuestos por el Estado… ¡de los propios capitalistas!. El mismo Estado
diseñado exclusivamente para aplastar a la clase obrera en la producción o para
expulsarla de la misma, para dejarla sin hogar e ilegalizar sus organizaciones,
para limitar el derecho a manifestación y encarcelar a los más conscientes o
para pisotear los derechos nacionales de los pueblos.
Porque desde el punto
de vista de la Revolución Socialista, “poder popular” no puede ser una consigna
vacía que se grite en aras de captar más votos en unas elecciones en las que la
burguesía reparte su poder. Poder Revolucionario significa instituciones
nuevas, creadas por y para la clase obrera y cuya tarea primordial es luchar
contra las instituciones del Estado capitalista edificando el programa
emancipatorio del proletariado. La Revolución no es un problema de
dirección, sino de construcción. No puede pretenderse que la revolución
consista en agazaparse tras los movimientos espontáneos, perdidos en la
conciencia sindical, para soltarles un par de consignas que los radicalice y
los lleve a la “insurrección”. Si el poder burgués es la alianza de las
facciones del capital para ejecutar su programa político (sus intereses de
clase) el Poder proletario ha de ser la unión de la clase obrera ejecutando su
programa revolucionario. Aquí no existen subterfugios.
El programa de acción
que se crea de enraizar la ideología revolucionaria, depurada de oportunismo,
con las masas proletarias a través del Partido Comunista, solo puede tomar
tierra con la sucesiva edificación del Poder popular que solo puede
significar, para la clase obrera, confrontación de la dictadura del capital con
la democracia de los trabajadores, con la dictadura revolucionaria del
proletariado. Observarlo de otro modo es, simple y llanamente, inducir a la
clase obrera por el camino del pacto social, de la transacción mercantil entre
intereses políticos que le son ajenos y que no proponen, más allá de las formas,
nada que se aleje un solo ápice de la democracia burguesa, de la dictadura del
capital.
"El
capitalismo es un sistema imposible de reformar. La tarea histórica del
proletariado moderno es destruirlo, no reformarlo“
V.I.
Lenin
Juventud
Comunista de Almería
Juventud
Comunista de Zamora
Noviembre
2012
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