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lunes, 12 de noviembre de 2012

La Huelga General del 14N y la lucha de clases

COMUNICADO CONJUNTO DE LA
JUVENTUD COMUNISTA DE ZAMORA Y LA JUVENTUD COMUNISTA DE ALMERÍA

La búsqueda de la salida de emergencia que el capitalismo necesita para solventar su crisis sistémica sigue su curso. Para el gran Capital el pasillo, empedrado con millones de obreros en paro y desahuciados, hacia esa puerta llamada “crecimiento económico” se estrecha y ha de deshacerse de algunos de los sectores con los que, hasta 2008, caminó de la mano por aquel gran salón del Estado del bienestar, que era solo la dictadura del capital con rostro humano y que se sostenía sobre los pilares de la explotación de la clase obrera y el expolio, a manos llenas, de tres cuartas partes de la humanidad. Los mecanismos que la clase dominante ha activado, en forma de ajustes, muestran que el capital se ha empeñado en grabar a fuego la “marca España” sobre los trabajadores mediante esas medidas impuestas a golpe de porra en todos los rincones donde habita el proletariado y que permiten sacar pecho a los tertulianos que gobiernan el país cuando se reúnen con sus socios de la Troika y el Bundesbank.

Los “recortes” y la clase dominante

Primero ha de aclararse: el proceso de reformas de la alianza estructural, formulada en el Estado español a través de la intocable constitución y revalidada cada cierto tiempo por los “pactos sociales”, se encuadra en el nuevo esquema configurado por la burguesía española, en conexión con el imperialismo europeo, para seguir aplastando a la clase obrera. El PP no está haciendo otra cosa que seguir los pasos del PSOE (que sigue en sus trece junto a Izquierda Unida en Andalucía), porque el ataque a la clase obrera es un pacto transversal sellado por los poderes de Europa donde la única problemática está en si se va a robar al obrero con la mano derecha o con la mano izquierda. Un matiz, derecha-izquierda, que hemos de ver en el marco de la lucha de clases para saber contextualizar las reformas y no caer en los juegos del oportunismo.
La unidad temporal entre el capitalismo español y el europeo da señas de que la “soberanía nacional” no ha sido transgredida por ningún agente exógeno, como señalan desde los portavoces oficiales de la democracia hasta algunos “anticapitalistas” que definen la situación mediante la supuesta “pérdida de soberanía” del pueblo español. Esto sólo pueden decirlo aquellos que confían en que de la farsa de las urnas pueda salir alguna vez algo que para la clase obrera no sea dictadura del capital; esto sólo pueden afirmarlo los que quieren hacer creer a los trabajadores que las relaciones entre estados puede darse, bajo el capitalismo, en forma solidaria y comunitaria, y no a través de una lucha por imponer unos determinados intereses nacionales sobre otros. 
Las reformas pues coinciden escrupulosamente con los intereses del capitalismo español, y generan fricciones entre los mismos sectores que forman la dictadura del capital en el Estado español: la burguesía monopolista (el capital financiero e industrial), las burguesías nacionales (vasca, galega y catalana), la pequeña burguesía y los sectores populares privilegiados (la “aristocracia obrera”, cuyo mejor representante es el sindicalismo mayoritario). Los cambios en el sistema educativo y sanitario, en la seguridad social, en las relaciones laborales... no son otra cosa que el modo en que cristalizan ante nuestros ojos los cambios en la correlación de fuerzas dentro de esas clases que ocupan el Poder. En esto contexto la Huelga General convocada por los sindicatos mayoritarios muestra, precisamente, que esos cambios en lo alto de la estructura social, que comprometen a toda la sociedad, se cometen en medio de la lucha entre la misma clase dominante en donde la burguesía monopolista (los Botín, Ortega, Roig, etc.) hace de sus deseos ley. La Huelga General se convierte, en este marco, en un refrendo de la aristocracia obrera frente al capital monopolista, al que los comunistas no podemos acudir para apoyar al sector más crítico o radical de estos elementos con la excusa de la “unidad”, dado que la aristocracia obrera defiende intereses de clase, no solo ajenos, sino antagónicos a los de la clase obrera. Los comunistas por el contrario, hemos de movilizarnos para señalar el carácter de clase de cada uno de los actores sociales así como las verdaderas tareas que ha de acometer el proletariado consciente.
¿Por qué ahora?

Las CCOO y la UGT son la punta del iceberg de la aristocracia obrera. Son los representantes de esos sectores populares beneficiarios de la explotación del conjunto de la clase trabajadora y de los países oprimidos, que se aupó al poder en un contexto social (el de la transición) en donde la correlación de fuerzas entre las clases posibilitó que unas cuantas migajas fuesen del lado de los asalariados: por un lado estaba la necesidad, económica y política, de la clase dominante en España de abrir espacio a otras clases para gestionar el poder, a imagen y semejanza del resto de estados europeos, de otra parte estaba el movimiento obrero como sujeto desestabilizante de la reforma controlada. Estas dos cuestiones entrelazadas eran la base para que un sector de la clase asalariada accediese al Poder, dentro de la democracia capitalista. Desde ese momento y durante tres décadas hay una alianza estable entre el gran capital y el resto de los sectores ya mentados, que se resumen gráficamente en los pactos de la Moncloa y de Toledo. Con el acceso a ministerios de cargos sindicales y con el paso de éstos, cual parlamentarios, de la esfera pública a la privada para recibir recompensa por sus servicios prestados.
Hoy el escenario se muestra distinto. La burguesía necesita “soltar lastre” para tener más poder y abaratar, con más facilidad, la fuerza de trabajo. Con una clase obrera desprovista de sus instrumentos de lucha y con una aristocracia obrera sin la suficiente base, ni económica ni política, para ofrecerse a la burguesía como fuerza de contención, el capital no necesita el elevado número de vendeobreros que durante estos años ha tenido en sus organismos de gestión política y administrativa. El sindicalismo mayoritario, convertido hace mucho al parasitismo capitalista pierde su máscara de actor social, descubriéndose lo que ya sabía cualquier proletario que en su vida laboral se haya topado con ellos: que estos representantes de la podredumbre del sistema capitalista son incapaces de hacer algo distinto que no sea intentar salvar su condición de paniaguados, que excede con creces (a través del salario diferido) a la “burocracia sindical” a la que limitan su crítica el revisionismo y el oportunismo.

La ofensiva del capital y la clase obrera

Ante esta situación la mayoría del movimiento obrero y alternativo trata de construir un bloque de referencia para la clase, siempre, aunque en distinto modo, a través de un sindicalismo “verdaderamente combativo” que lleve la lucha sindical de los despachos a la calle, recorriendo hacia atrás el camino que el sindicalismo ha recorrido a lo largo de la historia. Se intenta, en definitiva, conformar un proyecto político que luche contra los recortes y lleve al sindicalismo a ser lo que fue en otro período.
Pero hay que entender el sindicalismo, no como simple actividad sindical sino como línea política consistente en ir agregando los distintos problemas que asolan a la clase obrera (paro, pobreza, exclusión, vivienda, racismo, etc.) a una especie de tablero de reformas en donde la solución de cada cuestión se encuentra compartimentada. El sindicalismo es aquella propuesta política que encierra a los trabajadores en el tira y afloja con el patrón y con el Estado burgués: más salario, más derechos sociales, más reparto justo… que en el siguiente reajuste del capital volverán a ser barridos para que empecemos de cero, pues son solo concesiones temporales que el capital se ve obligado a realizar en un contexto de ascenso de las luchas populares. Pero estas luchas, por más que estén dinamizadas por “revolucionarios” y se pretendan para, con buenas intenciones, “acumular fuerzas”, no sirven más que para plantear a la clase dominante una revisión de sus políticas para con los trabajadores Y no otorgan a la clase obrera una conciencia revolucionaria que eleve al movimiento sobre la mera resistencia a los envites del capital monopolista, para lo que ni siquiera están sirviendo. Si acaso ayudan al “anticapitalismo” existente a ponerse en la cola de la aristocracia obrera y ser vehículo de la ideología burguesa entre los trabajadores. 
Para crear conciencia revolucionaria entre las amplias masas obreras, es decir para construir el movimiento revolucionario, es necesario, en primer lugar, que reconstituyamos la ideología de la clase obrera, pues si no hay teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Es decir, si no se tiene en cuenta la experiencia histórica de la clase obrera y no se lucha contra las bases teóricas del reformismo que supura al movimiento obrero y las luchas espontáneas, recolocando al comunismo revolucionario en la vanguardia ideológica de la clase obrera, es imposible desarrollar una línea general sobre las tareas de la Revolución. Solo con el desarrollo consciente de esta labor es como podrá ponerse en pie el movimiento revolucionario organizado que a través de la ejecución de programa político ponga en práctica la transformación de las condiciones de vida de los trabajadores, unificando esa conciencia revolucionaria con el movimiento de masas, entendiendo este conjunto organizativo proletario como Partido Comunista. Y su constitución implica un largo proceso que (siendo realistas y no dejándonos llevar por los distintos movimientos espontáneos que tan pronto aparecen como desaparecen, que están accionados por la política que sigue el capital o que, directamente, representan intereses distintos a los del proletariado) choca radicalmente con las medidas cortoplacistas e infantiles que esgrime el oportunismo, se vista de rojo o de anarconsindical, que no logra salir de esas inercias sindicalistas que son las que precisamente han despojado al proletariado de sus organismos de combate que a lo largo del siglo XX hicieron temblar el poder internacional de la burguesía. Unas lógicas reformistas en donde lo que se llama “revolución” (o “proyecto constituyente”, a gusto del consumidor) no es más que una componenda con amplios sectores de la clase dominante a través de la cual se repartiría justamente la riqueza social entre capitalistas y trabajadores. Toman el Estado en abstracto y no como un instrumento de una determinada clase.
Tal es así que incluso se habla, con bastante ligereza, de construir, “poder popular” o “contrapoder”, pero eso sí, limitando ese poder del pueblo a ser el espíritu ético de la burguesía (salvo algún “oligarca” a nacionalizar) a la que se hará entrar en razón a golpe de los decretazos impuestos por el Estado… ¡de los propios capitalistas!. El mismo Estado diseñado exclusivamente para aplastar a la clase obrera en la producción o para expulsarla de la misma, para dejarla sin hogar e ilegalizar sus organizaciones, para limitar el derecho a manifestación y encarcelar a los más conscientes o para pisotear los derechos nacionales de los pueblos.
Porque desde el punto de vista de la Revolución Socialista, “poder popular” no puede ser una consigna vacía que se grite en aras de captar más votos en unas elecciones en las que la burguesía reparte su poder. Poder Revolucionario significa instituciones nuevas, creadas por y para la clase obrera y cuya tarea primordial es luchar contra las instituciones del Estado capitalista edificando el programa emancipatorio del proletariado. La Revolución no es un problema de dirección, sino de construcción. No puede pretenderse que la revolución consista en agazaparse tras los movimientos espontáneos, perdidos en la conciencia sindical, para soltarles un par de consignas que los radicalice y los lleve a la “insurrección”. Si el poder burgués es la alianza de las facciones del capital para ejecutar su programa político (sus intereses de clase) el Poder proletario ha de ser la unión de la clase obrera ejecutando su programa revolucionario. Aquí no existen subterfugios.
El programa de acción que se crea de enraizar la ideología revolucionaria, depurada de oportunismo, con las masas proletarias a través del Partido Comunista, solo puede tomar tierra con la sucesiva edificación del Poder popular que solo puede significar, para la clase obrera, confrontación de la dictadura del capital con la democracia de los trabajadores, con la dictadura revolucionaria del proletariado. Observarlo de otro modo es, simple y llanamente, inducir a la clase obrera por el camino del pacto social, de la transacción mercantil entre intereses políticos que le son ajenos y que no proponen, más allá de las formas, nada que se aleje un solo ápice de la democracia burguesa, de la dictadura del capital.


"El capitalismo es un sistema imposible de reformar. La tarea histórica del proletariado moderno es destruirlo, no reformarlo“
V.I. Lenin

Juventud Comunista de Almería
Juventud Comunista de Zamora
Noviembre 2012

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