Línea Proletaria

Línea Proletaria
NUEVA WEB POR LA RECONSTITUCIÓN DEL COMUNISMO. ¡DESARROLLEMOS LA LÍNEA PROLETARIA! ¡VIVA LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA!

lunes, 28 de enero de 2013

(ER 23) Educación y lucha de clases (I)



Este artículo se realiza sobre la ponencia desarrollada por la Juventud Comunista el pasado 2 de Noviembre en la charla "Educación y lucha de clases". Publicamos la primera parte del artículo.


La educación en el sistema
capitalista

       Para analizar la educación debemos realizarnos primero esta pregunta ¿qué es el capitalismo? Las sociedades hay que analizarlas, en primer lugar, teniendo en cuenta su sistema productivo, es decir, el modo en que la sociedad reproduce sus condiciones de existencia. El capitalismo es un modo particular de producción que genera unas relaciones sociales concretas. La principal característica de este sistema es que los medios de producción son privados (así como el producto del trabajo) mientras que la producción es social, es decir, embarca al conjunto de la sociedad. El capitalismo divide a la sociedad en dos grandes clases conforme a su posición sobre los medios de producción: quienes son sus dueños y quienes no cuentan con más propiedad que la de su fuerza de trabajo, la cual han de vender (convertida en mercancía) para reproducir sus condiciones de vida; en suma, capital y trabajo o burgueses y proletarios

La educación tiene por objeto dotar de conocimientos, que tienen un sentido, un interés práctico, para desarrollar labores, trabajo. Esto viene condicionado por relaciones sociales que atraviesan a todo el conjunto social y le dan forma: las relaciones de producción. En la sociedad capitalista donde la característica es que el trabajo social se apropia de manera privada se genera lo que denominamos “alienación”. La alienación es un hecho objetivo determinado por las relaciones materiales, “económicas”, y que insertan la actividad práctica humana en unas relaciones (de tipo capitalista) que están encuadradas en el interés social de una minoría (la burguesía, que monopoliza el sentido de toda la actividad humana) que nos hace comprender la realidad desde su punto de vista, desde las “lógicas” que emanan de nuestro día a día. Se desprende aquí que sólo si esa realidad es completamente derribada (mediante una revolución) esas “lógicas” podrán ser sustituidas por otras. 

La educación, por ser la que ha de dotarnos del complejo de conocimientos para desempeñar nuestras tareas (como obreros separados de los medios de producción en las condiciones del capitalismo), está pues limitada, de partida, y por necesidad social (burguesa) a surtir a la población de los conocimientos necesarios para desarrollar las tareas propias de esta sociedad, dividida entre capitalistas y proletarios.  Objetivamente, la educación es un producto de la actividad práctica humana y es un producto de las relaciones de producción que rigen nuestra sociedad.        
                 
La extensión de la educación a las amplias masas de población empieza a ser teorizada por las clases burguesas en la industrialización y con la revolución burguesa, porque la “actividad práctica” del ser humano (la producción capitalista) necesitaba una fuerza de trabajo que supiese manejar con suficiencia las complejas maquinarias y dispositivos que iban surgiendo, a diferencia de la época de las relaciones feudales en donde la “educación” venía de observar a los mayores en el manejo del arado o el uso del telar. Si bien la verdadera extensión social de la educación se dará bien entrado el siglo XX ante el inexorable ascenso del movimiento obrero y revolucionario. Es, por tanto, fruto de la lucha de clases y no de la benevolencia y la filantropía de las clases dominantes. 

Pero el carácter alienante de la educación no se detiene aquí. Existe un elemento subjetivo en la misma. Las relaciones de producción edifican y se entrelazan en un conjunto de relaciones políticas entre las distintas clases sociales. De la economía y las clases sociales surgen intereses de clase, que se solucionan o se dirimen a través de la lucha política. Por ello, además de la alienación objetiva (nacida de que nuestro trabajo, fundamento para sobrevivir, no nos corresponde a nosotros, si no que está en manos de otra clase social) la educación está inmersa en la alienación en su forma “subjetiva” en manos de la clase en el Poder, de la clase capitalista. Y ésta transmite a través de sus instituciones, como las educativas, su ideología. La historia, la geografía, las ciencias, la lengua… la concreción de todas estas materias son el modo en que la burguesía ve el mundo. Para ello la clase dominante construye todas esas instituciones de “ideólogos conceptualizadores activos que hacen de la conformación y sistematización de las ilusiones que esta clase se hace sobre sí misma su rama principal de alimentación” (1). La disposición fabril de los centros de estudio es otro de los elementos que ejemplifican el carácter alienante del sistema educativo: “fichar” como “presente”; responder ante un poder unidireccional cuya representación, en forma de profesorado, se encuentra por encima del alumnado (de echo el escenario de la función se construye desde esa premisa: una tarima, una gran silla…), etc. E incluso la figura del examen se muestra como un elemento más de los que están marcados por la época en que se desarrolla el actual sistema educativo, pues no es más que una transacción mercantil entre equivalentes conocimientos/titulación. 

Con esto podemos señalar ya que la formación del sistema educativo corresponde a elementos objetivos (anclado sobre relaciones productivas) y subjetivos (anclado sobre los intereses particulares de las clases sociales, es decir, que depende de la lucha de clases). Y no existe disociación entre ambos elementos, sino que están entrelazados.

Porque como hemos señalado con anterioridad el objeto de la educación es dar conocimientos para intervenir en la producción. En una sociedad capitalista desarrollada los proletarios, es decir, los trabajadores que han de vender su única propiedad, su fuerza de trabajo, para reproducir sus condiciones de vida, son mayoría. En términos de economía política se define a los obreros como “capital variable” (frente a la máquina que es “capital constante”), por tanto la educación es desde este punto de vista el modo en que la burguesía invierte en capital variable con el fin de explotarlo, de extraerle beneficio o revalorizarlo. Como toda mercancía (entendida como objeto con “trabajo objetivado”) el proletario cuantos más conocimientos tenga (es decir, cuanto más haya escalado en el sistema educativo) tanto más “trabajo objetivado” o capital tendrá “dentro de sí” y por ello su fuerza de trabajo resultará más costosa que la del que menos conocimientos tenga. Este es el gran secreto de las escalas salariales en el régimen capitalista: el fin último de la cuantía salarial no reside en “ser más listo” o en “esforzarse más” sino por poder realizar operaciones más complejas que dan a las mercancías mayor especialización:

“La relativa desvalorización de la fuerza de trabajo, nacida de la desaparición o disminución de los gastos de aprendizaje, implica directamente una valorización mayor del capital, pues todo lo que reduce el tiempo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, prolonga el dominio del trabajo adicional” (2)

En lo que se refiere a la relación educación/producción: cuanto menos se invierte en educación más “barato” resulta el obrero socialmente porque el capital que no se usa para reproducir las condiciones de la clase obrera (inversión educativa…) se invierte directamente en obtener más capital, más “beneficio”. Esto se traslada a nuestra sociedad como sigue:

“Los licenciados universitarios percibieron un salario anual superior en un 57,4% al salario medio. Por su parte, el salario de los trabajadores sin titulación fue un 25,1% inferior  a la media (….) El salario medio es de 22.790 €. El salario más frecuente 16.489”  (3)

Aunque cabe señalar que el salto del sistema educativo al “mercado laboral” no es algo que suceda mecánicamente. La educación actúa como distribuidora de la fuerza de trabajo, según las demandas del mercado, de la producción. La planificación de la producción capitalista se realiza de modo “anárquico”, es decir, que cada capitalista particular (o unión de capitalistas, e incluso un Estado o varios) de un sector económico concreto planifica su producción conforme a sus intereses particulares sin contar con las necesidades del conjunto de la sociedad. La distribución de sus productos, sin embargo, va a tener que enfrentarse a toda la sociedad: tanto a sus competidores como a los consumidores, lo que puede llevar a que la mercancía de ese particular descienda en su valor o incluso acabe en un vertedero. Pongamos un ejemplo muy simple:

 Un capitalista, productor de vino,  realiza una planificación de ventas de un caldo joven de gran calidad, de tal modo que produce 100.000 botellas para venderlas a 20 €. Resulta que, a pesar de esa planificación aparece un caldo similar a mejor precio. El caso es que de las 100.000 botellas le quedan por vender 30.000. Y para poder distribuirlas nuestro vinatero ha de venderlas ahora como vino peleón, al precio de 2 €. Eso si no decide verterlo por el desagüe. Sea como fuere, queda claro que la planificación productiva particular ya no se correspondía con las necesidades del sistema productivo general. Y esto mismo ocurre con la educación. Miles y miles de licenciados producidos por el sistema educativo acaban realizando trabajos de peonaje o sin especialización, codo con codo con aquellos que se han visto obligados a vender su fuerza de trabajo antes que ellos. Eso, si no acaban en las millonarias filas del desempleo crónico (4). El capitalista particular (dentro de sus condiciones) optará por ajustar su producción. La burguesía, como clase que detenta el Poder, optará por reajustar la educación y su producto a sus intereses de clase. Y de aquí podemos sacar otra conclusión: La educación y el trabajo están íntimamente ligados, a pesar de que algunos hayan descubierto “de repente” que la educación está “mercantilizada”. Pero existe un salto entre los dos. Y esto se debe a la división social del trabajo (manual e intelectual; de estudio y puesta en práctica…) a la que está unida el carácter privado de los medios de producción. A pesar de lo que diga el reformismo, la educación no puede existir en abstracto, no puede envasarse al vacío alejada de la producción, libre y pura mientras el capitalismo existe. Los intereses revolucionarios de la clase obrera pasan por unir conscientemente la educación y la producción y para ello es necesario construir un sistema productivo antagónico al capital, un sistema en el que no exista la propiedad privada sobre los medios de producción y en el que sea eliminada la división social del trabajo permitiendo que 1) la educación y el trabajo estén en manos del conjunto de la sociedad y 2) la labor educativa y el trabajo estén asociados sin que medie entre ellos la explotación del trabajo asalariado.

El sistema educativo y los
Estados de bienestar

Con estas premisas generales se puede comprender el marco social en que se construyó el sistema educativo que hemos conocido en los estados imperialistas de Europa occidental, que de la mano de la crisis será, como el propio marco social y político, trastocado. Podríamos definir la educación en los estados europeos como un derecho fundamental y universal, es decir, como una obligación para el conjunto de la población hasta el momento en que pueda acceder al mercado de trabajo, a producir (sea antes, durante o después de la edad oficial).

Pero ni el “mercado” ni la producción se mueven armónicamente. Estas se rigen por sus propias contradicciones que resumiremos, a modo de ejemplo, en los distintos intereses económicos (de competencia…) que existen dentro de la clase capitalista: un constructor se enfrenta a otro por una finca; los constructores contra los industriales por convertir un suelo en apto para viviendas o para industria; todos éstos se unen a los financieros para exportar a Centroamérica en competencia con el capital estadounidense… cuando todos forman parte de la clase dominante establecen sus vínculos entre sí democráticamente y contra los obreros dictatorialmente a través de su Estado; y pactan o se alían (y vuelven a dividirse y a separarse, etc.) para las distintas problemáticas sociales. 

Cuando se trata de un punto cardinal, como la educación, estas alianzas temporales se tornan en sistemáticas, en pilares de los marcos estratégicos de los que se dota la clase dominante (el régimen fascista de Franco, la constitución del 78; interestatalmente con la UE o la OTAN…) para gestionar sus intereses globales. Esta “alianza sistemática” entre las clases dominantes es lo que denominan “políticas de Estado”. Y es que el estado es, a fin de cuentas, el instrumento con el que una clase social impone sus políticas al resto. En la democracia capitalista la burguesía impone su orden al obrero; en la República Socialista se impondrán los intereses revolucionarios de la clase obrera.

En España el estado del bienestar surge tras la reforma del régimen fascista-corporativista. La llamada transición a la democracia consiste en que las relaciones entre las clases que nos dominan se "parlamentarizan" ampliando el grupo de sectores sociales que pueden "negociar" las leyes y ejercitar su ejecución. Producto de aquella alianza fueron la sanidad, la educación y la seguridad social públicas; Las autonomías y la conjugación del Estado como el garante de las relaciones patronal/sindicatos. Y también las limitaciones de reunión y asociación a las organizaciones obreras; Las cárceles y la tortura; el sistema jurídico; el cercenamiento de los derechos nacionales; el monopolio de la violencia por parte de las fuerzas policiales y militares; los atributos de la banca; la política de apoyo a las invasiones imperialistas del eje Europa-EEUU y al saqueo de América y África por parte de los monopolios españoles, etc.).

Si resumiésemos al Estado español como una “alianza de clases” para gestionar los intereses del capitalismo, en esta alianza contaríamos con la burguesía monopolista (los “banqueros”; los florentinos, los amancios…), las burguesías periféricas, la pequeña burguesía y los sectores populares privilegiados, la aristocracia obrera, esta última incrustada en la clase asalariada (por su posición respecto a los medios…) pero a la vez convertida en “clase burguesa” por estar directamente implicada, defendiendo su propia posición, en la gestión de los asuntos políticos del capital (que mejor ejemplo que nuestras CCOO y UGT). 

Uno de los beneficios que reportó esta alianza a esos asalariados privilegiados (y por extensión al conjunto del proletariado) fue el de la mentada “educación universal”. Aunque estos “beneficios” no son ni mucho menos una “concesión” de los gobernantes, sino que fueron arrancados por la beligerancia revolucionaria de la clase obrera no sólo en España, sino a través del conjunto de luchas internacionales de la clase obrera, máxime con la construcción de la Revolución Socialista en Rusia y China, pues como aseveraría el comunista alemán Karl Liebknecht, asesinado por la socialdemocracia revisionista, si no actuaran las fuerzas radicales, los factores del compromiso seguirían otros derroteros”. 

La educación “universal” (junto a sanidad, seguridad social) fue, y sigue siendo, una forma de redistribución de los beneficios económicos que obtiene la clase dominante de sus tropelías allende las fronteras gracias a la exportación de capitales a través de los cuáles se apropia de los principales recursos, la fuerza de trabajo y materias primas, de los países del llamado tercer mundo, que, junto a la explotación de la clase obrera, es donde se obtiene lo que los marxistas definimos como “salario diferido” y los economistas pequeñoburgueses “solidaridad” del “Estado garantista”.

Hemos hablado de alianzas estratégicas de la burguesía y de que en el seno de las clases dominantes también hay contradicciones. La educación, aun siendo pilar fundamental de la “estrategia” del capitalismo español durante los últimos 30 años (realmente 20, desde los Pactos de Moncloa hasta la suscripción de Bolonia en el 99 y la estrategia de Lisboa en 2000) no ha estado exenta de las contradicciones que atraviesan a la clase dominante y que son más bien “de tipo táctico” en las que el quid de la cuestión se sitúa en como extraer las plusvalías a los trabajadores: con la mano derecha o con la izquierda

El sistema educativo “universal” se basa en España en la “coalición” entre colegios públicos y privados, muchos de ellos controlados por la Iglesia católica, evidencia del modo en que se rompió la configuración de la anterior “alianza estratégica” de los 40 años de paz.

La educación pública al ser “salario diferido” es un “bien estatal” defendido por el bloque del PSOE, ya que está enraizado con los beneficiarios principales de la misma: los asalariados privilegiados (que tienen su eco en CCOO, UGT, etc). Por ello el PSOE y su izquierda observan en la Enseñanza Pública (ascensor social para la aristocracia obrera) el modelo idóneo de educación para las grandes masas, señalando que el Estado burgués ha de estar sobre nosotros desde la infancia, algo que repiten a coro los que vociferan, dentro de las condiciones del capitalismo, por la educación “obrera y popular”, el “instituto obrero” (5) y demás frases vacías que se lanzan en cada manifestación. Y cuidado, los revolucionarios si estamos por el “instituto obrero” si lo concebimos como uno de los tantos organismos que ha de construir el proletariado revolucionario en el proceso de reconstitución del movimiento comunista. Es más el instituto obrero (o universidad…) es una necesidad que tiene la clase obrera para educar a cuadros revolucionarios, para formar militantes comunistas. La cuestión es que no es de este organismo de educación revolucionaria del que se trata en las manifestaciones. El instituto que encumbran las consignas oportunistas no es más que aquella institución del Estado burgués que está situado en los distritos y barrios obreros (en contraposición a los privados o de las zonas bien), como si estuviese tocado por alguna barita mágica que lo convirtiese en progresivo o “revolucionario”. Esto no es más que una muestra del culto sindicalista al obrerismo (y al Estado burgués) que en esencia niega a la clase obrera como clase revolucionaria y la somete a la idealización perenne de sus condiciones de vida. Frente a esta fe supersticiosa en el Estado capitalista, tan propia de las mareas de colores de los sindicatos mayoritarios, se erigen hasta las acciones espontáneas de las masas hondas de la clase obrera: cuando en las periferias de las grandes ciudades de Europa (como en las banlieues francesas) las masas se sublevan con la única aspiración de destruir aquello que les condena a su situación de miseria, hay dos objetivos que siempre se repiten: la policía y las escuelas. 

Volviendo a lo particular del sistema educativo español, el PP tiene la punta de su cordón umbilical unida al Opus Dei, amalgama política que bajo una fachada religiosa une a distintos sectores del capitalismo español. La apuesta clara del PP es la enseñanza privada/religiosa pues los centros privados están vinculados en muchos casos al entramado político empresarial de la Iglesia Católica y la obra de dios (que cuenta con varias carteras ministeriales en el actual ejecutivo). Señal de esta unidad es la Comunidad de Madrid, con más de un 50% de centros privados, la tasa más alta del Estado (28%), a la que sigue la CAV (33%), con la diferencia de que allí gran parte de los centros privados forman parte de la red educativa de las ikastolas, una evidencia más de las particularidades nacionales que existen bajo la alianza estatal española.


Notas

1. C. Marx, “Manuscritos de economía y filosofía”.
2. C. Marx, “El Capital, Libro I Tomo II. División del trabajo y manufactura”.
3. Encuesta Estructura Salarial del año 2010, INE, publicada el 24 de Octubre de 2012: http://www.ine.es/prensa/np741.pdf
4. El paro entre los menores de 25 años asciende al 52,3% en el Estado español. “Encuesta de Población Activa (EPA)” publicada en octubre de 2012:  http://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0312.pdf
5. El Partido bolchevique se construye dentro y fuera de Rusia conectando a la clase obrera con el socialismo científico, forjando cuadros comunistas en los más avanzado de la teoría contemporánea. El propio movimiento obrero en su formación, caso del estado español,  construyó las Casas del Pueblo donde los trabajadores aprendían a leer y escribir. Otro ejemplo sería la Universidad Obrera de París en la que se impartían múltiples ciencias a los obreros; por ejemplo, uno de los manuales más extendidos sobre filosofía “Principios elementales de filosofía” es un compendio de las conferencias que impartió, hasta ser fusilado por los fascistas alemanes, el profesor comunista G. Politzer.

No hay comentarios: