Este artículo se realiza sobre la ponencia desarrollada por la Juventud Comunista el pasado 2 de Noviembre en la charla "Educación y lucha de clases". Publicamos la primera parte del artículo.
La educación en el sistema
capitalista
Para analizar la educación debemos
realizarnos primero esta pregunta ¿qué es el capitalismo? Las sociedades hay que analizarlas, en primer lugar, teniendo
en cuenta su sistema productivo, es decir, el modo en que la sociedad reproduce
sus condiciones de existencia. El capitalismo es un modo particular de producción que genera unas relaciones sociales concretas. La principal característica de este
sistema es que los
medios de producción son privados (así como el producto del trabajo) mientras que la producción es social, es decir, embarca al conjunto de la
sociedad. El capitalismo divide a la sociedad en dos grandes clases conforme a
su posición sobre los medios de producción: quienes son sus dueños y quienes no
cuentan con más propiedad que la de su fuerza de trabajo, la cual han de vender
(convertida en mercancía) para reproducir sus condiciones de vida; en suma, capital y trabajo o burgueses y
proletarios.
La educación
tiene por objeto dotar de conocimientos, que tienen un sentido, un interés
práctico, para desarrollar labores, trabajo. Esto viene condicionado por
relaciones sociales que atraviesan a todo el conjunto social y le dan forma:
las relaciones de producción. En la sociedad capitalista donde la
característica es que el
trabajo social se apropia de manera privada se genera lo que denominamos “alienación”. La alienación es un hecho objetivo determinado por
las relaciones materiales, “económicas”, y que insertan la actividad práctica humana en unas relaciones (de tipo
capitalista) que están encuadradas en el interés social de una minoría (la
burguesía, que monopoliza el sentido de toda la actividad humana) que nos hace
comprender la realidad desde su punto de vista, desde las “lógicas” que emanan
de nuestro día a día. Se desprende aquí que sólo si esa realidad es
completamente derribada (mediante una revolución) esas “lógicas” podrán ser
sustituidas por otras.
La
educación, por ser la que ha de dotarnos del complejo de conocimientos para
desempeñar nuestras tareas (como obreros separados de los medios de producción
en las condiciones del capitalismo), está pues limitada, de partida, y por
necesidad social (burguesa) a surtir a la población de los conocimientos
necesarios para desarrollar las tareas propias de esta sociedad, dividida entre
capitalistas y proletarios. Objetivamente, la educación es un producto de la actividad práctica humana y
es un producto de las relaciones de producción que rigen nuestra sociedad.
La extensión de la educación a las amplias masas de
población empieza a ser teorizada por las clases burguesas en la
industrialización y con la revolución burguesa, porque la “actividad práctica”
del ser humano (la producción capitalista) necesitaba una fuerza de trabajo que
supiese manejar con suficiencia las complejas maquinarias y dispositivos que
iban surgiendo, a diferencia de la época de las relaciones feudales en donde la
“educación” venía de observar a los mayores en el manejo del arado o el uso del
telar. Si bien la
verdadera extensión social de la educación se
dará bien
entrado el siglo XX
ante el inexorable ascenso del movimiento obrero y revolucionario. Es, por tanto, fruto de la lucha de
clases y no de la benevolencia y la filantropía de las
clases dominantes.
Pero el carácter alienante de la educación no se detiene
aquí. Existe un elemento subjetivo en la misma. Las relaciones de
producción edifican y se entrelazan en un conjunto de relaciones políticas
entre las distintas clases sociales. De la economía y las clases sociales
surgen intereses de clase, que se solucionan o se dirimen a través de la
lucha política. Por ello, además de la alienación objetiva (nacida de que nuestro
trabajo, fundamento para sobrevivir, no nos corresponde a nosotros, si no que
está en manos de otra clase social) la educación está inmersa en la alienación
en su forma “subjetiva” en manos de la clase en el Poder, de la clase
capitalista. Y ésta transmite a través de sus instituciones, como las
educativas, su ideología. La historia, la geografía, las ciencias, la lengua…
la concreción de todas estas materias son el modo en que la burguesía ve el
mundo. Para ello la clase dominante construye todas esas instituciones de “ideólogos
conceptualizadores activos que hacen de la conformación y sistematización de
las ilusiones que esta clase se hace sobre sí misma su rama principal de alimentación”
(1). La disposición fabril de los centros de estudio es otro de los elementos
que ejemplifican el carácter alienante del sistema educativo: “fichar” como
“presente”; responder ante un poder unidireccional cuya representación, en
forma de profesorado, se encuentra por encima del alumnado (de echo el
escenario de la función se construye desde esa premisa: una tarima, una
gran silla…), etc. E incluso la figura del examen se muestra como un elemento
más de los que están marcados por la época en que se desarrolla el actual
sistema educativo, pues no es más que una transacción mercantil entre
equivalentes conocimientos/titulación.
Con esto podemos señalar ya que la formación del sistema
educativo corresponde a elementos objetivos (anclado sobre relaciones productivas)
y subjetivos (anclado sobre los intereses particulares de las clases sociales,
es decir, que depende de la lucha de clases). Y no existe disociación entre
ambos elementos, sino que están entrelazados.
Porque como hemos señalado con anterioridad el objeto de la
educación es dar conocimientos para intervenir en la producción. En una
sociedad capitalista desarrollada los proletarios, es decir, los trabajadores
que han de vender su única propiedad, su fuerza de trabajo, para reproducir sus
condiciones de vida, son mayoría. En términos de economía política se define a
los obreros como “capital variable” (frente a la máquina que es “capital
constante”), por tanto la educación es desde este punto de vista el modo en que
la burguesía invierte en capital variable con el fin de explotarlo, de
extraerle beneficio o revalorizarlo. Como toda mercancía
(entendida como objeto con “trabajo objetivado”) el proletario cuantos más
conocimientos tenga (es decir, cuanto más haya escalado en el sistema
educativo) tanto más “trabajo objetivado” o capital tendrá “dentro de sí” y por
ello su fuerza de trabajo resultará más costosa que la del que menos
conocimientos tenga. Este es el gran secreto de las escalas salariales en el
régimen capitalista: el fin último de la cuantía salarial no reside en “ser más
listo” o en “esforzarse más” sino por poder realizar operaciones más complejas
que dan a las mercancías mayor especialización:
“La relativa desvalorización de la fuerza de trabajo,
nacida de la desaparición o disminución de los gastos de aprendizaje, implica
directamente una valorización mayor del capital, pues todo lo que reduce el
tiempo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, prolonga el
dominio del trabajo adicional” (2)
En lo que se refiere a la relación educación/producción: cuanto
menos se invierte en educación más “barato” resulta el obrero socialmente
porque el capital que no se usa para reproducir las condiciones de la clase
obrera (inversión educativa…) se invierte directamente en obtener más capital, más
“beneficio”. Esto se traslada a nuestra sociedad como sigue:
“Los licenciados universitarios percibieron un salario
anual superior en un 57,4% al salario medio. Por su parte, el salario de los
trabajadores sin titulación fue un 25,1% inferior a la media (….) El salario medio es de 22.790 €. El salario más
frecuente 16.489” (3)
Aunque cabe señalar que el salto del sistema educativo al
“mercado laboral” no es algo que suceda mecánicamente. La educación actúa como
distribuidora de la fuerza de trabajo, según las demandas del mercado, de la
producción. La planificación de la producción capitalista se realiza de modo
“anárquico”, es decir, que cada capitalista particular (o unión de
capitalistas, e incluso un Estado o varios) de un sector económico concreto
planifica su producción conforme a sus intereses particulares sin contar con
las necesidades del conjunto de la sociedad. La distribución de sus productos,
sin embargo, va a tener que enfrentarse a toda la sociedad: tanto a sus
competidores como a los consumidores, lo que puede llevar a que la
mercancía de ese particular descienda en su valor o incluso acabe en un
vertedero. Pongamos un ejemplo muy simple:
Un capitalista,
productor de vino, realiza una
planificación de ventas de un caldo joven de gran calidad, de tal modo
que produce 100.000 botellas para venderlas a 20 €. Resulta que, a pesar de esa
planificación aparece un caldo similar a mejor precio. El caso es que de las
100.000 botellas le quedan por vender 30.000. Y para poder distribuirlas
nuestro vinatero ha de venderlas ahora como vino peleón, al precio de 2 €.
Eso si no decide verterlo por el desagüe. Sea como fuere, queda claro que la
planificación productiva particular ya no se correspondía con las necesidades
del sistema productivo general. Y esto mismo ocurre con la educación. Miles y
miles de licenciados producidos por el sistema educativo acaban realizando
trabajos de peonaje o sin especialización, codo con codo con aquellos que se
han visto obligados a vender su fuerza de trabajo antes que ellos. Eso, si no
acaban en las millonarias filas del desempleo crónico (4). El capitalista
particular (dentro de sus condiciones) optará por ajustar su producción. La
burguesía, como clase que detenta el Poder, optará por reajustar la educación y
su producto a sus intereses de clase. Y de aquí podemos sacar otra conclusión:
La educación y el trabajo están íntimamente ligados, a pesar de que algunos
hayan descubierto “de repente” que la educación está “mercantilizada”. Pero
existe un salto entre los dos. Y esto se debe a la división social del
trabajo (manual e intelectual; de estudio y puesta en práctica…) a la que
está unida el carácter privado de los medios de producción. A pesar de
lo que diga el reformismo, la educación no puede existir en abstracto, no
puede envasarse al vacío alejada de la producción, libre y pura mientras el
capitalismo existe. Los intereses revolucionarios de la clase obrera pasan por
unir conscientemente la educación y la producción y para ello es necesario
construir un sistema productivo antagónico al capital, un sistema en el que no
exista la propiedad privada sobre los medios de producción y en el que sea
eliminada la división social del trabajo permitiendo que 1) la educación y el
trabajo estén en manos del conjunto de la sociedad y 2) la labor educativa y el
trabajo estén asociados sin que medie entre ellos la explotación del trabajo
asalariado.
El sistema educativo y los
Estados de bienestar
Con estas premisas generales se puede comprender el marco
social en que se construyó el sistema educativo que hemos conocido en los
estados imperialistas de Europa occidental, que de la mano de la crisis
será, como el propio marco social y político, trastocado. Podríamos definir la
educación en los estados europeos como un derecho fundamental y universal,
es decir, como una obligación para el conjunto de la población hasta el momento
en que pueda acceder al mercado de trabajo, a producir (sea antes, durante o
después de la edad oficial).
Pero ni el “mercado” ni la producción se mueven
armónicamente. Estas se rigen por sus propias contradicciones que resumiremos,
a modo de ejemplo, en los distintos intereses económicos (de competencia…) que
existen dentro de la clase capitalista: un constructor se enfrenta a otro por
una finca; los constructores contra los industriales por convertir un suelo en
apto para viviendas o para industria; todos éstos se unen a los financieros
para exportar a Centroamérica en competencia con el capital estadounidense…
cuando todos forman parte de la clase dominante establecen sus vínculos entre
sí democráticamente y contra los obreros dictatorialmente a través de su Estado;
y pactan o se alían (y vuelven a dividirse y a separarse, etc.) para las
distintas problemáticas sociales.
Cuando se trata de un punto cardinal, como la educación,
estas alianzas temporales se tornan en sistemáticas, en pilares
de los marcos estratégicos de los que se dota la clase dominante (el
régimen fascista de Franco, la constitución del 78; interestatalmente con la UE
o la OTAN…) para gestionar sus intereses globales. Esta “alianza
sistemática” entre las clases dominantes es lo que denominan “políticas
de Estado”. Y es que el estado es, a fin de cuentas, el instrumento con
el que una clase social impone sus políticas al resto. En la democracia
capitalista la burguesía impone su orden al obrero; en la República Socialista
se impondrán los intereses revolucionarios de la clase obrera.
En España el estado del bienestar surge tras la
reforma del régimen fascista-corporativista. La llamada transición a la
democracia consiste en que las relaciones entre las clases que nos dominan
se "parlamentarizan" ampliando el grupo de sectores sociales
que pueden "negociar" las leyes y ejercitar su ejecución. Producto de
aquella alianza fueron la sanidad, la educación y la seguridad social públicas;
Las autonomías y la conjugación del Estado como el garante de las relaciones
patronal/sindicatos. Y también las limitaciones de reunión y asociación a las
organizaciones obreras; Las cárceles y la tortura; el sistema jurídico; el
cercenamiento de los derechos nacionales; el monopolio de la violencia por
parte de las fuerzas policiales y militares; los atributos de la banca; la
política de apoyo a las invasiones imperialistas del eje Europa-EEUU y al
saqueo de América y África por parte de los monopolios españoles, etc.).
Si resumiésemos al Estado español como una “alianza de
clases” para gestionar los intereses del capitalismo, en esta alianza
contaríamos con la burguesía monopolista (los “banqueros”; los florentinos,
los amancios…), las burguesías periféricas, la pequeña
burguesía y los sectores populares privilegiados, la aristocracia
obrera, esta última incrustada en la clase asalariada (por su posición respecto
a los medios…) pero a la vez convertida en “clase burguesa” por estar
directamente implicada, defendiendo su propia posición, en la gestión de los
asuntos políticos del capital (que mejor ejemplo que nuestras CCOO y
UGT).
Uno de los beneficios que reportó esta alianza a esos
asalariados privilegiados (y por extensión al conjunto del proletariado) fue el
de la mentada “educación universal”. Aunque estos “beneficios” no son ni mucho
menos una “concesión” de los gobernantes, sino que fueron arrancados por la
beligerancia revolucionaria de la clase obrera no sólo en España, sino a través
del conjunto de luchas internacionales de la clase obrera, máxime con la construcción
de la Revolución Socialista en Rusia y China, pues como aseveraría el comunista
alemán Karl Liebknecht, asesinado por la socialdemocracia revisionista, “si
no actuaran las fuerzas radicales, los factores del compromiso seguirían otros
derroteros”.
La educación “universal” (junto a sanidad, seguridad
social) fue, y sigue siendo, una forma de redistribución de los beneficios
económicos que obtiene la clase dominante de sus tropelías allende las
fronteras gracias a la exportación de capitales a través de los cuáles se
apropia de los principales recursos, la fuerza de trabajo y materias primas, de
los países del llamado tercer mundo, que, junto a la explotación de la
clase obrera, es donde se obtiene lo que los marxistas definimos como “salario
diferido” y los economistas pequeñoburgueses “solidaridad” del “Estado
garantista”.
Hemos hablado de alianzas estratégicas de la burguesía y de
que en el seno de las clases dominantes también hay contradicciones. La
educación, aun siendo pilar fundamental de la “estrategia” del capitalismo
español durante los últimos 30 años (realmente 20, desde los Pactos de Moncloa
hasta la suscripción de Bolonia en el 99 y la estrategia de
Lisboa en 2000) no ha estado exenta de las contradicciones que
atraviesan a la clase dominante y que son más bien “de tipo táctico” en las que
el quid de la cuestión se sitúa en como extraer las plusvalías a los
trabajadores: con la mano derecha o con la izquierda.
El sistema educativo “universal” se basa en España en la
“coalición” entre colegios públicos y privados, muchos de ellos controlados por
la Iglesia católica, evidencia del modo en que se rompió la configuración de la
anterior “alianza estratégica” de los 40 años de paz.
La educación pública al ser “salario diferido” es un “bien
estatal” defendido por el bloque del PSOE, ya que está enraizado con los
beneficiarios principales de la misma: los asalariados privilegiados (que
tienen su eco en CCOO, UGT, etc). Por ello el PSOE y su izquierda observan en
la Enseñanza Pública (ascensor social para la aristocracia obrera) el modelo
idóneo de educación para las grandes masas, señalando que el Estado burgués ha
de estar sobre nosotros desde la infancia, algo que repiten a coro los que
vociferan, dentro de las condiciones del capitalismo, por la educación “obrera
y popular”, el “instituto obrero” (5) y demás frases vacías que se lanzan en
cada manifestación. Y cuidado, los revolucionarios si estamos por el “instituto
obrero” si lo concebimos como uno de los tantos organismos que ha de
construir el proletariado revolucionario en el proceso de reconstitución del
movimiento comunista. Es más el instituto obrero (o universidad…) es una
necesidad que tiene la clase obrera para educar a cuadros revolucionarios, para
formar militantes comunistas. La cuestión es que no es de este organismo de
educación revolucionaria del que se trata en las manifestaciones. El instituto
que encumbran las consignas oportunistas no es más que aquella institución
del Estado burgués que está situado en los distritos y barrios obreros (en
contraposición a los privados o de las zonas bien), como si estuviese
tocado por alguna barita mágica que lo convirtiese en progresivo o
“revolucionario”. Esto no es más que una muestra del culto sindicalista al obrerismo
(y al Estado burgués) que en esencia niega a la clase obrera como clase
revolucionaria y la somete a la idealización perenne de sus condiciones de
vida. Frente a esta fe supersticiosa en el Estado
capitalista, tan propia de las mareas de colores de los sindicatos
mayoritarios, se erigen hasta las acciones espontáneas de las masas hondas de
la clase obrera: cuando en las periferias de las grandes ciudades de Europa
(como en las banlieues francesas) las masas se sublevan con la única
aspiración de destruir aquello que les condena a su situación de miseria, hay
dos objetivos que siempre se repiten: la policía y las escuelas.
Volviendo a lo particular del sistema educativo español, el
PP tiene la punta de su cordón umbilical unida al Opus Dei, amalgama política
que bajo una fachada religiosa une a distintos sectores del capitalismo
español. La apuesta clara del PP es la enseñanza privada/religiosa pues los
centros privados están vinculados en muchos casos al entramado político
empresarial de la Iglesia Católica y la obra de dios (que
cuenta con varias carteras ministeriales en el actual ejecutivo). Señal de esta
unidad es la Comunidad de Madrid, con más de un 50% de centros privados, la
tasa más alta del Estado (28%), a la que sigue la CAV (33%), con la diferencia
de que allí gran parte de los centros privados forman parte de la red educativa
de las ikastolas, una evidencia más de las particularidades nacionales
que existen bajo la alianza estatal española.
Notas
1. C. Marx, “Manuscritos de economía y filosofía”.2. C. Marx, “El Capital, Libro I Tomo II. División del trabajo y manufactura”.3. Encuesta Estructura Salarial del año 2010, INE, publicada el 24 de Octubre de 2012: http://www.ine.es/prensa/np741.pdf4. El paro entre los menores de 25 años asciende al 52,3% en el Estado español. “Encuesta de Población Activa (EPA)” publicada en octubre de 2012: http://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0312.pdf5. El Partido bolchevique se construye dentro y fuera de Rusia conectando a la clase obrera con el socialismo científico, forjando cuadros comunistas en los más avanzado de la teoría contemporánea. El propio movimiento obrero en su formación, caso del estado español, construyó las Casas del Pueblo donde los trabajadores aprendían a leer y escribir. Otro ejemplo sería la Universidad Obrera de París en la que se impartían múltiples ciencias a los obreros; por ejemplo, uno de los manuales más extendidos sobre filosofía “Principios elementales de filosofía” es un compendio de las conferencias que impartió, hasta ser fusilado por los fascistas alemanes, el profesor comunista G. Politzer.
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