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martes, 6 de octubre de 2009

138º Aniversario de la Comuna de París

ARTICULO PUBLICADO EN EL Nº 14 DE ESPACIO ROJO (ABRIL 2009)


“(…) la comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de clase productora contra la clase apropiadora,

la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”

“La guerra civil en Francia” Karl Marx


En Marzo del año 1871 el proletariado revolucionario de París abría la válvula de la Revolución Proletaria Mundial. Los estertores del siglo XIX asistían a una nueva y cruenta guerra imperial para mayor gloria de la burguesía y que en este caso enfrentaría a la Francia de Luís Bonaparte y la Gran Prusia de Guillermo I.

Tras la derrota del ejército napoleónico en Sedán por parte de las tropas prusianas y la captura del emperador Francés el 4 de Septiembre de 1870 el pueblo de París proclama la República y se forma un gobierno provisional de defensa Nacional que preside el General Trochu.

El desarrollo de la confrontación bélica tendría su último episodio tras la caída de la fortaleza que ocupaba el ejército regular francés en la ciudad de Metz, lo que motivó la reacción espontánea del pueblo en las ciudades de Lyón y Marsella y en el mes de Septiembre la insurrección que formaría en París el comité de los veinte distritos. Una vez firmado en armisticio en Febrero de 1871, el desarme de los obreros y la destrucción del movimiento popular se convierte en la principal tarea de la contrarrevolución republicana.

El movimiento obrero representado por la AIT había declarado aquel enfrentamiento como una guerra dinástica y no nacional y por lo tanto aunque en uno de sus manifiestos respecto

a ella Marx termina diciendo ¡Vive la Republique!, en ningún momento y a pesar de sufrir una invasión por parte de un ejército extranjero se dio pábulo al chovinismo burgués que propugnaban algunos sectores sino que el proletariado mantendrá intacta su independencia política hasta el fin del sueño revolucionario en Mayo de 1871. La gesta realizada por los Comuneros conseguiría que Marx y Engels “revisasen” en parte lo expuesto en el

Manifiesto del Partido Comunista o entendido de otra manera, reforzasen el significado del último párrafo de éste: “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”, poniendo fin de esta forma a toda tentación reformista y todo tipo de ensayos de alianzas con la burguesía más radicalizada para gestionar el Estado. La represión contra los obreros revolucionarios que sirvieron de fuerza de choque para acabar con la tiranía de Luís Felipe de Orleáns durante la “Primavera de los pueblos” en busca de las mejoras inmediatas de sus condiciones de vida resultó fatal para aquellos que participaron en aquella proeza que trajo a Francia la Segunda República en 1848, pero dejó como experiencia que es el proletariado quien debe constituirse como clase dominante para tomar el poder y destruir la maquinaria del Estado. “(…) Finalmente la república parlamentaria, en su lucha contra la revolución, viese obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla”. “Los partidos que luchaban alternativamente por la dominación consideraban la toma de posesión de este inmenso edificio del Estado como el botín principal del vencedor” (Karl Marx, “El Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte”).

En términos políticos la proclamación de la Comuna y el gran acogimiento por el ala más revolucionaria de la AIT provocaría las primeras fisuras dentro de la organización obrera. El conglomerado político que formaban tradeuninistas, blanquistas, proudhomistas, bakuninistas y marxistas se resquebraja bajo la atenta mirada de los elementos oportunistas que pretendían hacer partícipe a la clase obrera del régimen social y político que les condenaba de por vida a la esclavitud asalariada y a alimentar al monstruo que devoraba de forma cíclica a sus hijos y compañeros, la codicia de éstos no permitiría ver el verdadero salto cualitativo que representaba el levantamiento comunero en lo referente a la cuestión de la toma del poder y a la verdadera naturaleza del Estado.

Los acontecimientos de Marzo de 1871 en París sobrepasaron el marco político que los fundadores de la Internacional habían acordado en 1864, reforzando la posición “de la izquierda” que defendía la ruptura total con el sistema de opresión capitalista y su superación por medio de la destrucción violenta de las relaciones sociales de producción encarnadas en el Estado. El informe presentado por Marx al consejo de la AIT en Abril de 1871 titulado “La guerra civil en Francia” constataría la separación y la superación dialéctica de los postulados reaccionarios de ese sector de la organización obrera que no quedarían enterrados definitivamente hasta la creación de la KOMINTERN tras la Gran Revolución Socialista de Octubre. Obviamente el heroico comportamiento de los obreros que izaron la bandera roja en el Ayuntamiento de París y que dieron hasta su última gota de sangre en las barricadas por asaltar el cielo no exime de someter la insurrección a la necesaria crítica revolucionaria que como comunistas debemos hacer para que la experiencia de la Comuna vuelva otra vez a la posición política que le corresponde en estos momentos aciagos para el movimiento comunista.

El motivo principal de la derrota comunera fue la ausencia del elemento consciente, es decir del Partido Comunista, de la concepción del Partido proletario que “fundiese” a la vanguardia teórica con el movimiento revolucionario de masas formado por los obreros parisienses. La mayoría de los dirigentes de la comuna formaban parte de las dos corrientes políticas hegemónicas que en aquel momento existían en el movimiento obrero francés. Tanto blanquistas, que eran mayoritarios, como proudhomistas adolecían del concepto de revolución como acto consciente y de la concepción leninista del Partido Comunista como único y legítimo dirigente de la revolución. Blanqui relegaba a las masas a un plano secundario negándoles por lo tanto su condición de sujeto revolucionario, convirtiendo a la elite intelectual en el rector del proceso transformador que supone la revolución, negando la principal tarea que comunistas tenemos y que es la “elevación” del proletariado para su constitución en clase dominante. Esta concepción pequeñoburguesa sancionada en el excesivo protagonismo concedido por Auguste Luois Blanqui a los dirigentes se veía apuntalada por la negación de la existencia que de ésta hacía Proudhom y que basaba su principal fuerza en la autoorganización de la clase obrera, el carácter anarquizante y pequeño-burgués de las teorías proudhomistas se dejaba entrever en citas como estas en las que exponía que “el proletariado realizará un nuevo orden, por encima de la ley establecida, y procederá a una liquidación de la burguesía” pero a pesar de esta declaración de intenciones Proudhom negaba el poder creador de la violencia revolucionaria contra los enemigos del pueblo que como decía Marx es la partera de la nueva sociedad.

La ausencia del referente político revolucionario que pudiese guiar la acción de las masas condena a los comuneros a morir, de forma heroica, pero a sucumbir al fin y al cabo bajo las bayonetas de los versalleses, a pesar de ello para los comunistas es el principio de la experiencia proletaria que puso la primera piedra del muro que levantará la unión de todos los proletarios y los pueblos oprimidos del mundo y sobre el cual se estrellaran las fuerzas mercenarias que sirven a los intereses del imperialismo y del capital financiero. Hoy se hace más necesario que nunca reivindicar la experiencia y las enseñanzas de la Comuna para que en estos tiempos de espejismos políticos podamos construir el socialismo, como única forma de ganar el mundo.

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