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Corría el mes de abril de 1899 cuando Rosa Luxemburgo escribió esta obra en un momento duro y complicado para el movimiento socialista y en especial para el Partido Socialdemócrata Alemán, dentro del cual militaba. La política que había asumido gran parte de la militancia y de la dirección del SPD había conseguido instituir en su seno el reformismo mas rancio y trasnochado. Aquella infamia política tenía nombre, era mi más ni menos que Eduard Bernstein, uno de los mayores elementos revisionistas y contrarrevolucionarios que la II Internacional albergaba en sus entrañas.

Ahora bien, ¿cuáles deben ser las tareas en la actualidad de los destacamentos de vanguardia? ¿Debemos perdernos en el laberinto político que supone que las organizaciones comunistas nos dediquemos a organizar las luchas inmediatas de las masas o a volver a armarnos de conciencia revolucionaria para que ese trabajo de masas tenga verdaderamente una proyección política en la elevación de éstas? El repunte actual de las luchas inmediatas en base al nuevo ataque por parte del capital contra la aristocracia obrera, ha puesto a las organizaciones revisionistas en pie de guerra, descubriéndoles un nuevo camino, obviamente y como es propio de ellos, el mas corto, hacia las masas. La actual crisis del capitalismo, que no es más que un nuevo episodio del atasco sistémico del pútrido sistema social que otorga la posición dominante a una minoría frente a la mayoría subalterna, parece haberse revelado como la chispa que puede encender la pradera y que puede conseguir de alguna forma que el oportunismo táctico de algunos se apunte un tanto para sus proyectos. No es mínimamente honesto plantear una salida a la crisis intentando reformar el sistema; mostrarles a las masas el rostro amable del capitalismo es todo aquello que Rosa Luxemburgo rechaza en Reforma o revolución; por lo tanto, los autodenominamos comunistas con sus soluciones a corto plazo que intentan encontrar una salida intermedia que concilie ciertos intereses con los de la clase obrera, sólo se convierten en los “Bernstein’s” de turno, colocándose en el plano mas alejado del fin último de los comunistas: el comunismo.
Desgraciadamente, el tiempo y las derrotas no nos han dado la perspectiva que deberían y, mientras, el movimiento sigue inmerso en las tinieblas y camina a tientas en busca de extraños fuegos de artificio, frentes populares y terceras repúblicas; pero no hay nada que no tenga solución: hay que plantearse de forma seria y honesta cuál debe ser nuestra misión actual en el Estado español para enmendar todos aquellos errores que nos han llevado siempre a sucumbir en una maraña de derrotas políticas sociales y bélicas, pero que analizadas con un verdadero método dialéctico pueden catapultarnos a la victoria. Esto es lo que escribía Rosa Luxemburgo poco antes de ser asesinada vilmente por las fuerzas de la contrarrevolución, en Berlín, tras el intento de asalto al cielo del proletariado alemán en 1919: “¿Qué nos enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? El primer estallido de la lucha de clases en Europa: el levantamiento de los tejedores de seda de Lyón, terminó en una derrota. El movimiento cartista en Inglaterra terminó en derrota. La insurrección en París en 1848 fue una derrota. La Comuna de París resultó otra terrible derrota. El camino hacia el socialismo está sembrado de derrotas. Y sin embargo paso a paso ese camino conduce a la victoria final. ¿Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas derrotas?"
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